Acciones y reacciones en tiempos de Tecnoceno

Juliana Guerrero

Hace once años, en 2011, Miguel A. García, director y editor de esta revista, me propuso crear una publicación científica, que cubriera un espacio de difusión y discusión sobre los problemas teóricos, metodológicos y epistemológicos de las investigaciones realizadas en las áreas vinculadas con los estudios de la música y el sonido. La invitación también incluía a Daniela A. González, colega nuestra y amiga. A esta terna inicial se incorporaron muchos otros participantes: el comité asesor, asistentes de edición, entrevistadores/as y entrevistados/as, colaboradores/as, evaluadores/as externos/as, y por supuesto, más de un centenar de autores/as. Fue importante también el apoyo de dos instituciones que dieron su aval y proporcionaron el espacio para alojar los contenidos digitales: el CAICYT-CONICET1 –con su Portal de Publicaciones Científicas y Técnicas– y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires –a través del Instituto de Ciencias Antropológicas y del Portal de Revistas Científicas de dicha facultad. Este esfuerzo colaborativo ha permitido un trabajo ininterrumpido que hace que hoy se publique el volumen 10, número 1, de El oído pensante.

Una de las premisas que mantuvimos firmemente era que la publicación fuera en línea, de acceso libre y gratuito. El propósito era ofrecer una mayor accesibilidad a las ideas que aquí se exponen y promover el debate con una mirada abierta a cualquier perspectiva y corriente académica que estuviera interesada en lo musical y lo sonoro. En algún sentido, se trataba de acrecentar el acceso existente –que en nuestro ámbito académico era muy limitado–, visibilizar las investigaciones más recientes en un área –el de la reflexión sobre las manifestaciones musicales y sonoras–, que se ha incrementado en el siglo XXI como no ha ocurrido desde sus orígenes, y, en función de ello, incentivar el diálogo. La tecnología de aquella época ya lo permitía y apostamos a ella –la de la publicación en línea. En la última década, las reconocidas revistas académicas que se editaban en papel se vieron obligadas a adaptarse a los modos digitales que la academia, el mercado y los usuarios fueron imponiendo, por ello, actualmente, no queda ninguna que solamente se publique de forma impresa. Esa condición en el modo de difundir el conocimiento científico, aparentemente, más inclusivo y con mayor alcance, también fue acompañada de cambios que a veces limitan o entorpecen el trabajo de edición, publicación y difusión, y que han sido objeto de análisis críticos. Tanto la academia como el mercado han obligado a las revistas científicas a adaptarse a reglas para mantener estándares de calidad y reconocimiento. Me refiero al uso de plataformas de gestión editorial, la carga de metadatos para agilizar búsquedas digitales posteriores, un régimen de evaluaciones ciegas por pares, la asignación de un enlace permanente para identificar el contenido electrónico, la inclusión en índices, catálogos y directorios, etcétera.

En estos once años, las prácticas musicales –la producción, el almacenamiento, la distribución y el consumo musicales– sobre las que propone reflexionar El oído pensante, también atravesaron cambios paradigmáticos. Tal vez la transformación más significativa fue la instauración, de manera dominante, del consumo de música a través de plataformas, tales como iTunes, YouTube, Spotify, etcétera. Además, no se puede soslayar que la pandemia declarada en marzo de 2020, también alteró y modificó nuestros hábitos de producción, distribución y consumo de música. La virtualidad se incrementó muy súbitamente y pasó a ocupar un lugar tan importante como las prácticas in situ, ya sea en las rutinas de la vida cotidiana como, específicamente, en lo que se refiere al mundo musical.

Es evidente el rol principal de la tecnología en el escenario descripto hasta aquí. Tal como propone Flavia Costa (2021) es posible denominar la época que estamos viviendo como Tecnoceno, como declinación de Antropoceno. El neologismo pone “el acento en la cuestión del despliegue técnico (Tecnoceno), en las infraestructuras construidas y en los modos de energía desencadenados” (Costa, 2021, p. 10). Entre otras características, se trata de una época en la que abunda la información por la masividad de datos y prepondera el desarrollo de “tecnologías para recolectar, analizar y utilizar datos sobre los seres humanos” (Costa, 2021, p. 32). En este contexto hay hábitos que se ven intensamente modificados. Por ejemplo, como señala Santiago Bilinkis: “La lectura colaborativa, el subrayado colectivo, la indelebilidad de nuestras notas, la posibilidad de buscar rápidamente en los contenidos y el hecho de que un libro nunca pueda estar agotado y se pueda tener en apenas un segundo, incorporan nuevas aristas que potencian notablemente la experiencia de leer” (2014).

Estos cambios en los que la tecnología es, sin duda, protagonista han dado lugar a un abanico de posicionamientos que incluye tanto apocalípticos como integrados –empleando la famosa distinción de Umberto Eco. Me interesa aquí recoger algunos de los argumentos menos benévolos y más críticos. Entre los apocalípticos, el juicio de Yuval Noah Harari es taxativo: “Los algoritmos de macrodatos pueden crear dictaduras digitales en las que todo el poder esté concentrado en las manos de una elite minúscula al tiempo que la mayor parte de la gente padezca no ya explotación, sino algo muchísimo peor: irrelevancia” (2018). Es por esa razón que, para el autor israelí, su intención sea destacar las amenazas y los peligros. En este caso, mencionaré dos. En primer lugar, Harari plantea que los algoritmos de macrodatos pueden tanto acabar con la libertad de los humanos como crear sociedades más desiguales que las que hoy existen. En segundo lugar, nos alerta sobre la globalización que, si bien “ha beneficiado a grandes segmentos de la humanidad, […] hay indicios de una desigualdad creciente tanto entre las sociedades como al interior de las mismas” (Harari, 2018). Es decir, que un mayor acceso a la información y una creciente comunicación mundial no necesariamente implican más libertad e igualdad, sino lo contrario.

Estas mismas posiciones críticas sobre la época de big data se encuentran entre quienes han reaccionado por las transformaciones que se produjeron en las prácticas musicales arriba mencionadas. Un trabajo revelador es el de Israel Márquez y Elisenda Ardévol en el que se dedican a cuestionar cómo YouTube “ha sufrido un proceso de “colonización” o “apropiación” capitalista” (2018, p. 34). Es interesante observar las distintas estrategias que la plataforma ha empleado para limitar y controlar lo que cualquier usuario puede publicar libremente y, de esa manera, advertir cómo los autores desmantelan el supuesto ideal democrático de YouTube.

Otro ejemplo que pone en debate la libertad e igualdad que se pregona en torno a las plataformas que ofrecen música, se produjo hace pocas semanas, en un ámbito ya no de reflexión académica, pero que seguramente podrá ser considerado en investigaciones futuras. Se trata del conflicto entre el reconocido músico popular, Neil Young, y la plataforma Spotify. Young anunció que retiraba inmediatamente su música de Spotify, dado que en ese mismo espacio el comediante Joe Rogan había podido subir sus podcasts sobre el Covid-19, difundiendo un discurso antivacunas. Esta reacción drástica fue acompañada por la compositora Joni Mitchell y otros músicos tales como David Crosby, Stephen Stills y Graham Nash. Si bien la empresa no emitió una comunicación oficial, abunda la opinión periodística en la que se abordan los temas de la libertad de expresión, la censura, el lucro de otras plataformas al captar a los músicos que retiraron su discografía, etcétera. Según puede constatarse, la represalia aún no le ha generado a Spotify pérdidas devastadoras, pero evidentemente es un llamado de atención para quienes forman parte de ese mercado.2

Este breve repaso sobre el tiempo actual en el que somos dependientes –a veces por elección, otras por imposición– de ciertas tecnologías y, sobre las acciones y reacciones que se han manifestado, en particular, en el empleo de las mismas en situaciones cotidianas, en su uso en el mercado discográfico, en la reflexión sobre cómo ellas operan en las prácticas musicales y en las consecuencias que implican en la difusión de nuestros trabajos académicos, procura despertar interés sobre los riesgos de los usos tecnológicos en los que estamos inmersos y mayormente naturalizamos.

Ninguno de los autores mencionados puede predecir el modo en el que las tecnologías, la inteligencia artificial y otros avances modificarán las condiciones de vida, y la virtualidad agigantada en los últimos dos años coopera en aumentar la incertidumbre sobre el futuro tanto a corto como a mediano y largo plazo. El mundo en el que vivimos está en constante transformación y, como ya se ha dicho, en muchos casos, a una velocidad de crecimiento exponencial (Bilinkis, 2014). Las prácticas musicales y la reflexión en torno a ellas no quedan exentas de esos cambios. Es necesario entonces que El oído pensante pueda seguir siendo un espacio de visibilización, reflexión y debate, que nos permita estar alertas mientras la libertad y la igualdad sigan coartadas.

Bibliografía

» Bilinkis, S. (2014). Pasaje al futuro. Guía para abordar el viaje al mañana. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. Ebook.

» Costa, F. (2021). Tecnoceno. Algoritmos, biohackers y nuevas formas de vida. Buenos Aires: Taurus.

» Harari, Y. N. (2018). 21 lecciones para el siglo XXI. Barcelona: Debate. Ebook.

» Márquez, I. y E. Ardévol. (2018). Hegemonía y contrahegemonía en el fenómeno youtuber. Desencanto, 56, 34-49.


1 Las siglas remiten al Centro Argentino de Información Científica y Tecnológica y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.