Para Antonio Tursi

Luis Ángel Castello

Hablar del amigo partido es evocar sus gestos, su gracia discreta, la atmósfera de afecto que impregnaba sus clases. El tono de su voz pausada daba lugar a la reflexión del alumno, y las sentencias latinas en unos, como la sapiencia medieval en otros, será un eco inolvidable que no los abandonará jamás.

A través del tiempo y los lugares sembró de enseñanzas y de recuerdos su paso docente, la Universidad de Lanús, la de San Martín, la de Filosofía y Letras de la UBA, su casa natal.

Sus publicaciones, de estilo elegante y conciso, llevan también la marca de su ser, de manera que entre esos signos para los ojos que llegan al alma, y entre las imágenes y los sonidos que pueblan la memoria de quienes lo hemos conocido, es lícito preguntarse por el por qué de estas líneas, y si no fuese el caso de que solo se ha ausentado, y pronto retornará junto a nosotros.

De hecho, a mí, que me ha tocado en suerte gozar de su amistad por decenios, no es infrecuente que se me asocie a su figura, y que incluso después de su partida se me haya dicho, “Profesor, mándele saludos a Antonio”.

Claro que se los daré.