Algunas expresiones de la desigualdad en Siria-Palestina durante la Edad del Bronce Tardío1

Emanuel Pfoh

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas / Universidad Nacional de La Plata, Argentina

Fecha de recepción: 29 de septiembre de 2022. Fecha de aceptación: 18 de octubre de 2022.

Resumen

El Cercano Oriente, junto con el valle del Nilo, constituyen dos de las primeras locaciones en las que la desigualdad institucionalizada apareció por primera vez, alrededor de finales del IV milenio a.n.e. Siria-Palestina, como región combinada, fue siempre periférica a los procesos históricos y sociopolíticos que ocurrían en la Baja Mesopotamia y Egipto. No obstante, y aunque un poco más tarde, la desigualdad económica y política también apareció en la región, plenamente desarrollada ya durante la Edad del Bronce Antiguo, con la aparición de los primeros centros urbanos. Las relaciones personales dentro de las comunidades políticas y hacia el exterior (el trato con los poderes superiores), parece ser el modo establecido y regular de comportamiento político (no hay pruebas de leyes escritas, ni de aparatos estatales para controlar a la población). En comparación con Siria, Palestina tiene un desarrollo urbano mucho más modesto y menos evidencia de organizaciones complejas en los sitios urbanos. Es posible argumentar, pues, acerca de la existencia de una ontología política autóctona basada en las relaciones personales y jerárquicas, como los vínculos patrón-cliente. La política era profundamente jerárquica (desigual), pero también estaba ligada a la reciprocidad, expresada por un intercambio de protección y lealtad. Esta ontología política informaba también la imaginación divina y cosmológica: el reino humano se incorpora al reino divino, siendo el rey sirio un intermediario (en realidad el único intermediario) entre los dioses y su comunidad. En Palestina, dicha intermediación se encuentra evidenciada sólo en el plano humano.

Palabras clave: Siria-Palestina, Edad del Bronce Tardío, desigualdad, patronazgo

Some Expressions of Inequality in Late Bronze Age Syria-Palestine

Abstract

The Near East along with the Nile valley are two of the first locations where institutional inequality appeared in the world –in these cases around the late 4th millennium BCE. Syria-Palestine, as a combined region, was always peripheral to the historical and socio-political processes occurring in Lower Mesopotamia and Egypt. Nonetheless, and albeit a little later, economic and political inequality did appear in the region, fully-blown at least by the Early Bronze Age with the first urban centres. Regarding political inequality, personal relationships within the political communities and towards the exterior (dealing with higher powers) seem to have been the established and regular mode of political behaviour (no evidence of written laws, no evidence of state apparatuses for controlling the population). Compared to Syria, Palestine possessed a much more modest urban development and less evidence of complex organisations in the urban sites. Political practice is also conducted through personal relationships. It is therefore possible to argue for the existence of a native political ontology based on personal and hierarchical relationships like patron-client bonds. Politics were profoundly hierarchical (unequal) but also bound by reciprocity, expressed by an exchange of protection and loyalty. This political ontology informed the divine and cosmological imagination as well: the human realm was incorporated into the divine realm, the Syrian king being the broker between the gods and his community. In Palestine, such brokerage is evidenced only for the human realm.

Keywords: Syria-Palestine, Late Bronze Age, inequality, patronage

Introducción

El Cercano Oriente antiguo –incluyendo en este concepto histórico-geográfico al antiguo Egipto– es una de las locaciones mundiales en donde se evidencia originalmente la aparición institucionalizada de la desigualdad social, específicamente hacia fines del IV milenio a.n.e. en la Baja Mesopotamia y el valle del Nilo (cf., p. ej., Redman, 1978; Campagno, 2018: 51-78; también más generalmente, Flannery y Marcus, 2012; Liverani, 2015; Scott, 2017; Graeber y Wengrow, 2021). La región de Siria-Palestina, como ensamble de dos zonas periféricas de los principales centros históricos de poder y de “civilización” del Cercano Oriente, fue experimentando transformaciones similares inmediatamente después de lo ocurrido en las mencionadas regiones, como un eco de los principales desarrollos y factores componentes de esa desigualdad social en aquellos contextos prístinos, pero también a partir de procesos internos propios: a saber, la aparición del urbanismo, la sofisticación de tecnologías artesanales (alfarería, metalurgia) y, notablemente, la consolidación de un polimorfismo social de ahora en más constante por siglos en la historia de la región (Sapin, 1981; 1982; Akkermans y Schwartz, 2003; Benz, 2016; Greenberg, 2019). En efecto, y en particular, la desigualdad social resulta, en la Siria-Palestina pre-helenística, una expresión clave del mantenimiento a través del tiempo de una organización sociopolítica fragmentada (“cantonal”; Liverani, 1990: 15), de la organización económica a nivel local en las diferentes zonas del espacio levantino y también de la configuración mitológica y la representación textual del orden cósmico. Se podría indicar, por cierto, que la región mantuvo estas características durante la Edad del Bronce (ca. 3300-1200 a.n.e.) y la Edad del Hierro (ca. 1200-600 a.n.e.), más allá de los vaivenes coyunturales propios de los procesos históricos y acontecimientos particulares (cf. Alt, 1959a [1944]; Weippert, 1988). Pero es sin dudas la Edad del Bronce Tardío (ca. 1550-1200 a.n.e.) la que permite realizar una evaluación en mayor profundidad de estos diagnósticos, en especial a partir de la considerable documentación epistolar disponible para Siria y Palestina durante el período de El Amarna (segunda mitad del siglo XIV a.n.e.), e incluyendo también la proveniente de otros archivos, como el de la ciudad de Ugarit (siglos XIII-XII a.n.e.).2 La información que podemos recabar de estos corpora documentales resulta representativa para toda la Edad del Bronce Tardío.

A continuación, ofrecemos una síntesis de las principales configuraciones y expresiones de desigualdad económica, política y –en conexión e interacción con este último aspecto– ideológica en esta región durante el mencionado período.

Desigualdad económica y desigualdad política

En términos historiográficos, la desigualdad económica en la Siria-Palestina de la Edad del Bronce Tardío estuvo, durante la mayor parte del siglo XX (y aún lo está en gran medida), comprendida a partir de tres modelos interpretativos generales: (1) un modelo feudal (Alt, 1959b [1953]; 1959c [1950]; Rainey, 1962; Gottwald, 1979: 391-409), ahora mayormente abandonado a causa de sus anacronismos, aunque la terminología particular y descriptiva (“vasallaje”, “reino vasallo”, etc.) aún persiste en los estudios del tema, sin mayor justificación que su usual y común empleo historiográfico (cf. Pfoh, 2020a); (2) un modelo de dos sectores (Liverani, 1975; 1976; Heltzer, 1976; 1982; cf. Zamora, 1997), con algunas características “feudales” aunque básicamente esquematizado a partir del concepto de Modo de Producción Asiático elaborado por Karl Marx; (3) un modelo patrimonial (Schloen, 2001; King y Stager, 2001), basado en la tipología socio-histórica de Max Weber y adaptado a las particularidades de Siria-Palestina.3

Lo relevante detrás de estos modelos dispares es el esfuerzo por dar cuenta de la profunda desigualdad social manifiesta en las fuentes textuales del período, la cual no había sido difícil de ser concebida por la historiografía en términos de un despotismo levantino propio de miradas orientalistas (i.e., Rainey, 1962). Pero, más allá de estos modelos interpretativos, la evidencia textual da cuenta, en lo que respecta a la desigualdad interna de las comunidades políticas de Siria-Palestina y la conflictividad que aquella produce, de un aumento, por ejemplo, en la presencia de refugiados y de una creciente desedentarización de ciertas zonas urbanizadas y un aumento en la población semi-nomádica, mayormente a causa de la práctica de la servidumbre por deudas y los intentos de la población campesina por evitarla. En suma, la presencia de estos refugiados también fue identificada, por la historiografía del siglo XX, con la marginalidad y la conflictividad política producto de las presiones sociales esperables en una situación de economía regional en declive, tal como se documenta especialmente en las cartas de El Amarna (cf. Bottéro, 1954; y Greenberg, 1955, para la evidencia textual; y especialmente la interpretación en Liverani, 1965; 1979).

Desde una perspectiva macrohistórica, la situación económica interna de Siria-Palestina durante este período no puede comprenderse por fuera de la intervención mitannia (por un breve lapso) y, especialmente, hitita en el sector septentrional del Levante (la mayor parte de Siria occidental y el sureste de la actual Turquía), ni aparte de la ocupación egipcia de la Siria meridional y de Palestina (Klengel, 1992: 84-180). La dominación y la presencia políticas en el territorio de parte de estos poderes imponía “desde arriba” también una extracción económica a los reinos y polities locales: en el caso del Levante septentrional, mayormente en forma de un pago de tributo en especie, en labores de corvea o prestaciones militares a los soberanos hititas (cf., p. ej., RS 17.132:3-18 (PRU IV, 35-36); RS 17.227 (PRU IV, 40-43) = CTH 47; CTH 41 y 49; véase Beckman, 1999: 17-26, 36-41, 166-167); en el caso del Levante meridional, los egipcios recaudaban tributos en especie de la región, con la colaboración de los pequeños líderes locales, y también explotaban las riquezas minerales (Aḥituv, 1978; Na’aman, 1981; 1988; Morris, 2018: 127-137; Bunimovitz, 2019), además de efectuar incursiones militares para el control local, el saqueo de bienes primarios y el refuerzo geoestratégico de la frontera norte con el reino de Ḫatti (Pintore, 1972; 1973; Müller, 2011; Morris, 2018: 117-186).

Así pues, podría indicarse que la desigualdad económica en la región se regía a partir de una doble estructuración: desde arriba, la extracción de recursos materiales y humanos demandada por los grandes poderes que dominaban desde el exterior la región; desde abajo, la relación de dependencia política dentro de los pequeños reinos que implicaba una presión económica sobre la población campesina, la cual si bien parecía estar organizada en aldeas autosuficientes en torno a los principales asentamientos urbanos (Liverani, 1975; Heltzer, 1976; Vidal, 2006), dependía políticamente de los pequeños líderes locales y ello conllevaba una situación de clara desigualdad económica a favor de estos últimos, desigualdad acentuada por la crisis económica –o mejor dicho, por las restricciones económicas estructurales especialmente en el Levante meridional (Sugerman, 2009)– que se observa en el Bronce Tardío y que, en muchos casos, constituía el origen de los reclamos de la población campesina (como se documenta, por ejemplo, en EA 130:39-48).

Por su parte, la desigualdad específicamente política en Siria-Palestina fue analizada también, a lo largo del siglo XX, a partir de los tres modelos indicados anteriormente. En términos de un ordenamiento político y de unas prácticas consecuentes, Siria y Palestina constituyen dos zonas tanto divergentes en sus particularidades geográficas (montañas, planicies costeras, estepas) como concurrentes en sus paisajes sociopolíticos (Sapin, 1981; Weippert, 1988: 3-25). Siria, en rigor, presenta para toda la Edad del Bronce un desarrollo que puede comprenderse como propiamente urbano, en un sentido de complejidad sociopolítica, expresado en la presencia de varios sitios de considerable extensión espacial, palacios, archivos, etc. –ciertamente, un urbanismo mucho más marcado que en Palestina–, con características propias de lo que suelen considerarse (aunque sin una caracterización demasiado crítica; cf. Pfoh, 2016: 98-105) pequeñas ciudades-estado, aunque deberíamos hablar mejor de asentamientos urbanizados con un centro político (palacio) o cultual (templo). No obstante, las relaciones hacia dentro de las comunidades políticas de la región (i.e., el rey con su séquito, sus funcionarios, sus generales, etc.), y asimismo hacia el exterior de las mismas (de manera individual con los monarcas de los poderes regionales, bajo los cuales los pequeños líderes locales se hallaban subordinados políticamente), parecen haber estado en ambas zonas regidas por un tipo de vinculación personalizada, tal como lo expresa la terminología de parentesco y patrimonial de las fuentes textuales (Zaccagnini, 1987: 60-64; Cohen, 1996; Schloen, 2001: 255-262, 302-316; Pfoh, 2016: 138-167), lo cual acercaría la dinámica política a una relación de corte más bien “tribal”, independientemente de la configuración social, que propiamente estatal (cf. al respecto Pfoh, 2020b).

Si atendemos a los testimonios provistos por esta documentación, dicha vinculación personalizada se encontraba estructurada por lazos jerárquicos verticales de comunicación y sujeción política, los cuales podían ser expandidos hacia arriba y hacia abajo en una organización piramidal de la comunidad política: un rey local mantenía una relación de dominio personal sobre sus funcionarios y sus generales (de manera similar a una relación de tipo patrón-cliente);4 a su vez, estos súbditos políticos ejercían una autoridad personal por sobre otro estamento inferior de súbditos, etc. Y, de igual modo, hacia arriba, el rey local se expresaba políticamente como súbdito bajo un dominio personalizado de un gran rey (i.e., el rey hitita) (Pfoh, 2016: 112-116). Es significativo, de igual modo, que el mismo término ([w]ardu en acadio, y ʿbd en semítico occidental) haya sido utilizado para referirse a un esclavo, a un sirviente por deudas, a un sirviente doméstico, a un funcionario del rey local o a un rey local en relación de subordinación con un gran rey regional (Liverani, 1976: 80-81; Loretz, 2003). Esta polivalencia del término, cuyo significado exacto depende del contexto de performatividad de los diferentes actores en una escala jerárquica de práctica sociopolítica, tiene pleno sentido en una comprensión patrimonial de la sociedad, la cual se encontraría articulada –como ya hemos referido– por vínculos de dominación y subordinación personales propios de las relaciones patrón-cliente.

Una ontología política de la desigualdad

A partir, pues, de los datos textuales y arqueológicos de que disponemos para configurar una antropología política de Siria-Palestina, es posible postular la existencia en la región de una ontología política nativa basada en relaciones personales y jerárquicas, análogas, o mejor dicho, expresivas de las ya mencionadas relaciones patrón-cliente, descritas y analizadas en profundidad ya por la labor etnográfica en la cuenca del Mediterráneo y en Medio Oriente desde mediados del siglo XX (cf. Pfoh, 2016: 123-137, 150-167; 2022). Dicha ontología, en efecto, guiaba e ilustraba la práctica política común en la región durante este período. La práctica política estaba anclada en un entendimiento jerárquico (patrimonial) de las relaciones humanas, y por ende la desigualdad resultaba un componente intrínseco del vínculo y de su horizonte performativo en cada comunidad política; pero también lo era el establecimiento de una reciprocidad (tanto simétrica como desigual, dependiendo de los actores y el contexto de interacción de las partes), expresada en los intercambios de protección, dones y lealtad, tanto desde arriba como desde abajo y hacia afuera y hacia adentro de la comunidad política (cf. Zaccagnini, 1973: 95-147).

Esta ontología política informaba, asimismo, la imaginación sobre el mundo de los dioses: el ámbito humano se encontraba incorporado dentro del esquema cosmológico divino, los monarcas de Siria eran de hecho intermediarios entre los dioses y sus propias comunidades. Por otro lado, no existe evidencia, hasta ahora, de una intermediación divina-humana en Palestina en este período; sin embargo, los pequeños líderes de la zona actuaban en efecto como intermediarios entre el faraón egipcio y sus comunidades locales, de acuerdo con la evidencia epistolar amarniana (Gianto, 2018: 15-16; Pfoh, 2019: 255-257), replicando dicha lógica de intercesión presente en Siria.5 Como ha sugerido hace tiempo A. Weingrod (1977), si reparamos en las dimensiones de poder o de autoridad que manifiestan las relaciones patrón-cliente, podemos igualmente ampliar la esfera de investigación hacia la representación cultural de dichas relaciones. Ante la preponderancia que parece haber tenido la práctica del patronazgo como modo de vinculación política personal en Siria-Palestina, resulta entonces razonable proponer la existencia de una cosmovisión general siro-palestina estructurada, precisamente, a partir de instancias propias del patronazgo.

Es notable, para ilustrar con un ejemplo paradigmático, que todo el panteón siro-palestino, tal como se lo representa en la literatura ugarítica, se organizara a través de una jerarquía celestial que incorporaba, como ya notamos, la propia jerarquía de la comunidad terrestre: en primer lugar, encontramos a El (ʾl), creador del universo y padre de los dioses, junto con su esposa, Ašerah; luego, las divinidades superiores, como Baal, Anat y Mot; los dioses artesanos; y, por último, las deidades mensajeras. Esta jerarquía de cuatro niveles coincidía con algunas jerarquías sociales de la sociedad siro-palestina, que incluían al rey, a los hombres de palacio, a los campesinos y especialistas, y a los sirvientes-dependientes y esclavos (cf. Handy, 1994). Pero tal vez más relevante sea que la jerarquía política (que hace que el sirviente-dependiente o esclavo dependiera de un hombre libre o de un funcionario, y que éstos a su vez dependieran de una figura de mayor estatus sociopolítico, la cual dependía en última instancia del rey) se extendiera del rey del reino a algunas de las deidades principales, las cuales estaban subordinadas en definitiva al dios supremo, El, como puede verse ilustrado en la figura a continuación.

Fig. 1. La jerarquía divina y humana de acuerdo con las tradiciones de Ugarit (adaptado de Handy, 1994: 173).

En suma, pues, la forma de concebir el orden cósmico en Siria-Palestina reproducía el ideal de la casa patrimonial, con su jerarquía centralizada, y expresando una articulación a través de vínculos personales y de familia (Handy, 1994: 169-172; Thompson, 1999: 168-178). Así pues, L. K. Handy (1994: 169-170) señala que

la percepción siro-palestina del cosmos también incluía el gobierno humano, que estaba incorporado en la teología conjuntamente con el gobierno burocrático divino. A la cabeza de la organización se encontraba la autoridad divina suprema de todo el cosmos, mientras que en lo más bajo estaban los esclavos humanos.

En rigor, la referencia de Handy a una “burocracia” divina, que se extiende hacia la esfera humana a través del rey, puede comprenderse efectivamente mejor a partir del ya mencionado modelo patrimonial. Como observó J. D. Schloen (2001: 350):

[…] una sociedad estructurada como una jerarquía de casas solariegas [households], una dentro de la otra, en la que la casa solariega del dios supremo es la más inclusiva. [El dios supremo] reina sobre todas las cosas puesto que es el padre de todas las cosas. Cada gobernante, en cualquier nivel de la jerarquía, es el amo y el padre de sus subordinados, quienes le deben un servicio y un apoyo filial a partir de una base altamente personal. La monarquía y el parentesco no se encuentran en oposición mutua; sino que constituyen dos caras de una misma moneda. Esto es posible puesto que el parentesco no es estático, dependiente de los hechos biológicos, sino que es dinámico y emplea la metáfora genealógica para representar todos los modos de relaciones sociales y políticas de autoridad y dependencia. Así pues, el simbolismo de la casa solariega patriarcal puede ser tanto un ejemplo de discurso literario como un modelo práctico para la acción.

Asimismo, un tipo de ideología real ubicua en el Cercano Oriente antiguo, en especial en la Mesopotamia paleobabilónica (ca. siglo XVIII a.n.e.) con el ideal monárquico del šar mīšarim, el “rey justo”, también presente en inscripciones fenicias y en los relatos del Antiguo Testamento, confería los ideales de justicia y rectitud como características propias y constituyentes de la monarquía siro-palestina,6 representadas por la obligación ideal de proteger a la viuda, al huérfano y al pobre, en términos propios de patronazgo sobre elementos sociales desprotegidos (vale decir, carentes de un patrón personal; cf. Fensham, 1962), y de garantizar un orden social justo, acorde a los designios de los dioses, y teniendo en cuenta, nuevamente, una jerarquía vertical que involucraba, como un todo, desde los dioses, pasando por el rey y la población del reino hasta el último esclavo.

La naturaleza de dicha justicia y rectitud no pertenecía a ningún código de leyes que se encontrara por sobre las personas (y es significativo que no se haya hallado en la Siria-Palestina del período ni una sola colección de normas o dictámenes jurídicos; cf. Lemche, 1995: 1696-1697), sino que emanaba de los dioses hacia el rey; en rigor, era una gracia divina que se concedía al rey. Establecer la justicia y la rectitud en la tierra no era otra cosa, pues, que garantizar el cumplimiento de la voluntad divina (Lemche, 1995: 1700-1708; Westbrook, 1995: 1674-1676; Niehr, 1997). En este sentido, el vínculo de sumisión y lealtad hacia la instancia divina reproducía el esquema de subordinación y lealtad política propias de la relación desigual y personal que un cliente tiene con su patrón: un buen patrón es un patrón justo y recto, que protege a su cliente y cuya “buena conducta” (en el sentido de que hace lo que se espera socialmente de él) lo honra y le confiere prestigio (Pfoh, 2019: 252-255).7 En la esfera de la representación de lo divino, entonces, esta noción de justicia y rectitud proveniente precisamente de un vínculo secular patrón-cliente se había generalizado en tanto que orden cósmico por excelencia, establecido por el dios mayor o más poderoso o el padre del resto de los dioses, y garantizado en la tierra por su cliente, el rey, a través de prácticas rituales pero también de una conducta política que emulaba la conducta del dios (cf. en mayor detalle, Wyatt, 1999; 2007).

Ahora bien, y por otra parte, en la Siria-Palestina del Bronce Tardío, como propuso inicialmente Mario Liverani (1971: 61-62), esta ideología monárquica observó algunos cambios de acuerdo con la transformación que comenzó a producirse en la esfera sociopolítica hacia 1500 a.n.e., aunque dichos cambios no alteraron la ontología política detrás de la práctica. La aparición en Siria de un monarca vinculado al estamento guerrero de los maryannūs, el cual detentaba tierras y poseía campesinos trabajando en ellas, representaba un tipo de vinculación política que, si bien la historiografía tradicional ha dado en llamar “feudal” (cf. Vita, 1995: 93-109), en rigor, coincidiría plenamente con lo efectivamente constituyente de las relaciones de patronazgo. Por cierto, el término clave en la documentación secular del período es kittu, en su connotación de “lealtad, fidelidad” que los funcionarios reales le debían al rey sirio, a partir de su anterior denotación paleobabilónica como “justicia, verdad”.8 No obstante esta variación connotativa, instancias de patronazgo divino y patronazgo real pueden ser identificadas claramente en la evidencia textual.

En este sentido, pues, también podemos relacionar la práctica de establecer tratados de lealtad, no solamente entre el reino de Ḫatti y sus subordinados sirios, sino también en otras partes de Asia sudoccidental y asimismo en períodos posteriores a la Edad del Bronce Tardío, como un procedimiento de vinculación política que involucraba igualmente a la esfera divina, a partir de inter-vínculos de lealtad personal y expectativas de protección, también personal (Weinfeld, 1976; McCarthy, 1978; Tadmor, 1982; Zaccagnini, 1999). Estos tratados, junto con los juramentos de lealtad, establecían un orden político desigual sancionado por los dioses, en donde las partes se vinculaban a través de la lealtad y la obediencia, pero también de la protección y asistencia mutua, siempre a favor del monarca, que imponía el tratado. No deberíamos concebir a estos tratados como los garantes últimos de un orden jurídico particular, político en este caso, en las sociedades de Asia sudoccidental (Pfoh, 2016: 112-116). Antes bien, podemos interpretar su existencia como una expresión política cuya principal potencia es ritual y simbólica, dentro de un orden patrimonial y de alianzas efectuadas a través de lazos de patronazgo, impuestos por la parte superior sobre la parte inferior.

Así pues, tanto la representación del mundo de los dioses en la literatura ugarítica, como los atributos de la ideología monárquica siro-palestina, se corresponden, no obstante sus variaciones temporales, con el esquema patrimonial y articulado por vínculos entre patrones y clientes que caracteriza al modelo sociopolítico del Levante antiguo durante la Edad del Bronce Tardío.9 En suma, una representación ideológico-religiosa manifiesta el orden del cosmos y del mundo terreno a partir de una organización esencialmente desigual de la sociedad.10 Así como ocurre en la tierra, ocurre en el cielo; según el modelo implícito que aquí proponemos como estructuración del imaginario religioso de los productores de la documentación textual del período.

A modo de cierre

Podemos, sin dudas, obtener conocimiento particular sobre las desigualdades económicas en Siria-Palestina durante la Edad del Bronce Tardío a partir de la documentación textual que ha sobrevivido, tanto bajo la forma de documentos administrativos como en los tratados efectuados entre las distintas comunidades políticas y en las noticias puntuales sobre reclamos locales a un poder externo y superior. Esa base estructural de desigualdad económica se articulaba de manera fundamental, sin embargo, a partir de las desigualdades políticas que configuraron tanto el orden regional como el local de los diversos actores políticos del Bronce Tardío. A su vez, finalmente, estas desigualdades políticas estaban organizadas por, pero también justificadas a través de, una ontología política divina y humana esencialmente jerárquica (propia del patronazgo) y expresada tanto en las narrativas épicas como en las proclamaciones y la comunicación características de la cultura política indígena de los pequeños líderes de la región.

Abreviaturas

CAD

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CTH

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EA

Carta de El Amarna.

KTU

M. Dietrich, O. Loretz y J. Sanmartín, The Cuneiform Alphabetic Texts from Ugarit, Ras Ibn Hani and Other Places, 2da ed. Münster: Ugarit-Verlag, 1995.

PRU

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RS

Texto proveniente de Ras Šamra/Ugarit.

Ug

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1 Texto revisado y actualizado de una ponencia presentada en el Coloquio PEFSCEA «Desigualdades antiguas: economía, cultura y sociedad en el Oriente Medio y el Mediterráneo», Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 27-29 de marzo de 2019.

2 En general, sobre las características políticas de Siria-Palestina durante la Edad del Bronce Tardío, cf. Bryce (2003); van Dijk (2003); Pfoh (2016: 13-88); Wilkinson y Doyle (2017); Bunimovitz (2019); Koch (2021: 1-44).

3 Esta discusión ya fue presentada en mayor detalle en Pfoh (2013: 76-85).

4 Resulta pertinente, en este contexto, evocar la descripción etnográfica de P. C. Lloyd (1965: 77) sobre la administración en las pequeñas realezas africanas de mediados de siglo XX: “Desde el rey hasta su más cercano súbdito corre una cadena de autoridad –las órdenes son pasadas de un funcionario a otro, cada uno de ellos ocupando un lugar en una escala jerárquica. Pero, los hombres involucrados son, a menudo, los propios miembros de la élite política quienes, al aconsejar al rey, se hacen responsables de las decisiones políticas; los consejeros más veteranos son también los administradores más veteranos. Este doble rol ha tendido a oscurecer, en las sociedades africanas, la distinción de los procesos de decisión política de los procesos administrativos” [todas las traducciones al español son nuestras]. Sin duda, un panorama similar podría proponerse para la cultura política de Siria-Palestina en este período.

5 Esta cultura política de intermediación entre distintas esferas de autoridad y la comunidad local encuentra, sin dudas, una expresión cabal en las posteriores narrativas del Antiguo y Nuevo Testamentos, en particular con sus personajes divinamente elegidos; cf. en general Thompson (1999).

6 Cf. Liverani (1971). En Ugarit, aunque en este caso de manera excepcional, se atestigua el par dq mšr en una lista de dioses (RS 24.271 = Ug V, 585) y también los términos ugaríticos dq yšr (KTU 1.14:12-13), vinculados de manera semántica al par hebreo edāqāh wemišpāt (“rectitud y justicia”) del Antiguo Testamento (cf. Salmos 33:5; 72:1-2; 99:4; etc.), y al par acadio kittum u mīšarum (“verdad y justicia”) en Mesopotamia; cf. Weinfeld (1995: 25-56).

7 Por supuesto, éste es un ideal normativo, que ciertamente podría verse afectado en la realidad por la propia informalidad y la fragilidad de las relaciones patrón-cliente, tal como se evidencia etnográficamente en situaciones contemporáneas (cf. Campbell, 1964: 213-238, 256-320; Silverman, 1977; Harders, 2003: 206-210), pero también en la documentación amarniana: véase EA 77, 81, etc.

8 Sobre la variación semántica del término acadio kittu, cf. Knudtzon (1915: 1441); CAD K, 468. Para connotaciones de lealtad política en los documentos políticos del Bronce Tardío, cf., entre otros ejemplos textuales, EA 47:21; 51: rev. 12; 68:11; 73:42; 74:7, 11; 101:38; 105:83; 106:4; 107:9; 108:22; 109:42; 114:54, 67; 116:29, 55; 118:56; 119:25, 45; 127:25; 132:9; 138:87; 155:48; 180:18; 185:71; 189:15; 192:4; 198:10; 241:19; 242:5; 243:4; 246:4 (cf. Knudtzon, 1907; Moran, 1992; Liverani, 1998-1999; Rainey, 2015); RS 17.227; 17.340 (PRU IV, 40-43, 48-52).

9 No es este el contexto para discutir si los textos míticos de Ugarit –notablemente, el ciclo de Baal y las leyendas de Aqht y de Krt– representan un “libreto” para un drama cultual realizado en los templos (como sostiene el consenso en los estudios ugaríticos; cf., por ejemplo, Parker, 1997; Pardee, 2002), o si, por el contrario, no reflejan realmente aspectos cultuales de la religión ugarita, como ha propuesto Liverani (1970) (cf. también Wyatt, 2005: 246-247). Véase también la discusión en Tugendhaft (2018: 11-45). Más allá de esta dicotomía, los textos ugaríticos componen, en verdad, un imaginario anclado en una ordenación patrimonial del cosmos que incluye a la humanidad, y que se condice con el esquema sociopolítico de patronazgo que podemos pensar para el reino de Ugarit (cf. más al respecto en Prosser, 2022).

10 Algo que bien se refleja en el registro etnográfico del Mediterráneo; cf., por ejemplo, el estudio de J. Boissevain (1977) sobre la relación causal entre el cambio social en la isla de Malta, atravesado por instancias de patronazgo, y la religiosidad católica, con su apelación a la intercesión de los santos, reflejando la actuación de los brokers en la sociedad; y más recientemente, el estudio de M. Caisson sobre la religiosidad popular en la costa europea del Mediterráneo, según el cual: “Las prácticas y creencias religiosas, al menos en la rivera europea del Mediterráneo, presentan una complejidad análoga a aquella descrita por la etnología del clientelismo en ese mismo sector” (2001: 400; cf. también Testart, 2006: 150-152).