El poblamiento del Levante meridional de la Prehistoria Tardía al Bronce Antiguo: un ensayo de reconstrucción interdisciplinario1

Bernardo Gandulla

Universidad de Buenos Aires, Argentina

Fecha de recepción: 30 de mayo de 2022. Fecha de aceptación: 31 de agosto de 2022.

Resumen

El poblamiento del Levante meridional es siempre tema de debate, pues las distintas visiones tienen repercusión en la política contemporánea, ya que las evidencias sobre migraciones, conquistas y reinos antiguos son utilizadas para legitimar reclamos actuales sobre determinadas tierras y monumentos. No obstante, todo lo anterior suele dejar de lado el problema del poblamiento originario de esta región, tema que consideramos debe anteponerse a cualquier indagación sobre esta cuestión, pues sienta las bases demográficas a partir de las cuales se desarrollaron los procesos subsiguientes. El objetivo de este artículo es realizar, desde una perspectiva de longue durée, una aproximación introductoria al proceso demográfico operado en el Levante meridional entre el Epipaleolítico y el Bronce Antiguo. Para lo anterior, recurrimos no sólo al registro arqueológico, sino también a las investigaciones de antropología física y a los estudios genéticos. A nuestro modo de ver, es posible conjeturar la constitución de una base proto-mediterránea que recién a partir del Calcolítico habría comenzado a mostrar evidencias de una mayor diversidad, resultado de nuevos aportes de población procedentes de Anatolia, del Transcáucaso y de Irán. El influjo quizás más significativo sería el segundo, reforzado durante el Bronce Antiguo por la expansión de la cultura Kura-Araxes hacia el Levante meridional, conformando así un continuum transcaucásico-cananeo sobre el cual actuaría luego otro componente poblacional: el de los semitas occidentales (amorritas).

Palabras clave: prehistoria, poblamiento, Levante meridional, Transcáucaso

Peopling of the southern Levant from Late Prehistory to the Early Bronze Age: an interdisciplinary reconstruction essay

Abstract

The peopling of the southern Levant is a permanent subject of debate. The different approaches to this problem have an impact on contemporary politics, since the evidence on migrations, conquests and ancient kingdoms are commonly used to legitimise current claims to lands and monuments. However, this view tends to leave aside the problem of the original human settlement on this region, an issue that we consider should be placed before any other inquiry on this issue, since it lays the demographic foundations from which subsequent processes were developed. The objective of this article is to carry out, from a longue durée perspective, an introductory approach to the demographic processes that took place in the southern Levant between the Epipalaeolithic and the Early Bronze Age. In order to achieve this, we resort not only to the archaeological record, but also to physical anthropological research and genetic studies. In our view, it is possible to conjecture the constitution of a proto-Mediterranean base that would only since the Chalcolithic have begun to show evidence of greater diversity, the result of new settlers coming from Anatolia, the Transcaucasus and Iran. Perhaps the second group would have provided the most significant influence, and this was reinforced during the Early Bronze Age by the expansion of the Kura-Araxes culture towards the Southern Levant, thus forming a Transcaucasian-Canaanite continuum over which another population component would later exert influence: that of the Western Semites (that is, the Amorrites).

Keywords: prehistory, peopling, Southern Levant, Transcaucasus

1. Canaán: encrucijada de pueblos y culturas

El Levante meridional, aun desde su posición geográfica periférica respecto de los grandes focos de civilización del Próximo Oriente, no ha sido nunca una región ajena a la irradiación cultural de aquellos. Por el contrario, en algunas etapas de la Prehistoria fue un escenario generador de importantes transformaciones socioeconómicas de la Humanidad tal como los inicios de la agricultura en el Epipaleolítico (cultura Natufiense); las primeras manifestaciones del pensamiento simbólico en el Neolítico Pre-cerámico (cráneos decorados de Jericó, figurillas de Sha’a Ha-Golan); la metalurgia del cobre durante el Calcolítico (cultura Ghassuliense) o el urbanismo en gran escala entre el Bronce Antiguo II y el Bronce Medio (Megiddo, Arad, Bet-Yerah, Jericó, etc.).

Para tener una idea aproximada sobre lo que podemos considerar como poblamiento originario de Canaán debemos recurrir a las investigaciones de la antropología física así como a los estudios genéticos que, aun con diferencias de opinión en ambos casos, dado su carácter desde siempre provisorio, ofrecen valiosas alternativas al conocimiento y la interpretación.

La población más antigua, y mejor identificada por la antropología física en los enterramientos, corresponde al período Epipaleolítico/Neolítico Pre-Cerámico A, portadores de la cultura Natufiense (12.500-10.200 a.p.). Según los estudios realizados sobre esqueletos de Jericó, los natufienses pertenecerían a una población local, autóctona, denominada proto-mediterránea (Bar-Yosef, 1991: 18) que serían, según D. Ferembach (1973: 213-221), los antepasados de los mediterráneos modernos en su subtipo atlanto-mediterráneo o euroafricano, de aspecto más robusto que el ibero-insular o mediterráneo grácil. Esta población sedentaria era dolicocéfala, con tendencia hacia la braquicefalia, caracterizada por cierta diversidad según los sitios, presumiblemente a causa de su dieta (Valla, 1995: 177-178).

Recién en el período comprendido entre el Calcolítico (4500-3600 a.C.) (Milevski, 2010) y el Bronce Antiguo I a III (3200-2350 a.C.) habría evidencias de un auténtico aumento de la diversidad poblacional en Canaán, posiblemente consecuencia del proceso de sedentarización primero y del desarrollo de la urbanización después y, sin duda, de la circulación de materias primas, en particular las exóticas como la obsidiana y, muy especialmente, el cobre arsenical que hizo su aparición en el escenario de la investigación arqueológica con el enigmático y sorprendente hallazgo de P. Bar-Adón (1980) de más de 400 artefactos en metal que hoy se conoce como el “tesoro” de la cueva de Nahal Mishmar.

El tipo insólito de la materia prima utilizada en Nahal Mishmar motivó, desde el hallazgo, opiniones que coincidieron en un origen no local, presunción que en la actualidad ha sido confirmada por los estudios arqueometalúrgicos de A. Hauptmann (2007: 294-295) quien destaca que no hay fuentes conocidas de esta materia prima ni en el Levante meridional ni en el Sinaí, por tanto estas aleaciones (de cobre-arsénico-antimonio) son de carácter exógeno, habiéndose especulado un origen en Anatolia, Armenia, Azerbaiyán o el Transcáucaso (Key, 1980; Tadmor et al., 1995; Anfinset, 2010), donde son conocidos depósitos mineros con estas características.

2. Calcolítico-Bronce Antiguo I: transición y crecimiento demográfico

Señala P. Smith (1995: 69) que el período Calcolítico-Bronce Antiguo I constituye una etapa de transición en la que las sociedades incrementan su complejidad y tamaño y las diferencias regionales pueden llegar a ser pronunciadas, pues en contraste con los períodos más antiguos, cuando los restos óseos estaban concentrados en la parte norte del país, ahora muchos de los sitios corresponden al desierto de Judea y al Néguev. Sin embargo, observa Smith, estudios preliminares han mostrado que hay semejanzas entre estos restos y muestras del Calcolítico de Biblos en la costa libanesa y las del Bronce Antiguo I-II de Bab-edh-Dhra en Jordania, lo que sugiere que no hubo mayores diferencias genéticas entre las poblaciones viviendo en diferentes partes de Israel y las que, por esta época, se hallaban en sus fronteras norte y este.

No obstante lo señalado por P. Smith, en una conferencia del genetista D. Reich (2017) fueron presentados resultados preliminares de análisis de ADN sobre restos humanos procedentes de la cueva funeraria calcolítica de Peqi’in en los que de una muestra sobre 22 individuos se detectó que un 20% –esto es, 4 individuos– tiene relaciones con población neolítica anatólica y que otro 20% está vinculado con población calcolítica irania. Hay que tener en cuenta que en este sitio también se hallaron cinco objetos de cobre similares a los de Nahal Mishmar y que dos de ellos fueron fabricados con la misma técnica de la cera perdida (Segal y Goren, 2013). Naturalmente que estos análisis no nos dicen cuándo esos objetos llegaron allí, sin embargo si tomamos el conjunto de la evidencia es posible considerar como plausible el origen septentrional de algunos metalurgistas sudlevantinos. Además, en excavaciones recientes, en la cueva de Ashalim ha sido hallada una cabeza de maza de plomo (Yahalom-Mack et al., 2015) y en Bet-Shemesh una maza de cobre con plomo (Ben-Yosef et al., 2016) las que, además de estar tipológicamente vinculadas con las cabezas de mazas de Nahal Mishmar, también señalan vínculos con las regiones septentrionales.

En opinión de R. Gonen (1991) al menos alguna población fue proto-mediterránea y continuó siéndolo durante los períodos siguientes: un estrato indígena, sobre el que se ejercieron influencias externas, que evolucionó localmente en un proceso de síntesis de lo viejo con lo nuevo cuyo resultado sería la cultura calcolítica de Canaán. Este fenómeno de mestizaje ha sido comprobado por el estudio antropológico de varias tumbas que reveló que, junto al estrato indígena, podían ser identificados nuevos grupos humanos, hecho éste que ahora se confirmaría por la investigación genética de D. Reich que hemos citado más arriba. Respecto de la procedencia de estos grupos exógenos, el autor plantea dos hipótesis: una que los hace originarios de la región norte y otra del este. Esta confluencia de grupos y culturas extrañas a Canaán reviste singular importancia para nuestro enfoque del problema que nos ocupa.

En un artículo de 1959, D. Ferembach (1959; 1973: 216-217) señalaba que los restos braquicéfalos de una población hallada en el sitio de Bir Safadi, cerca de Beersheba, y en los cementerios de Azor, al sudeste de Tel Aviv, corresponderían a la raza armenoide o anatólica, cuyos orígenes se encontrarían en el Cáucaso. Esta importante observación parece reforzada por la autora en una publicación de 1973 comentando que el Calcolítico “es también el nivel más antiguo donde se pueden hallar cráneos relacionados con la raza armenoide, al menos para el Próximo Oriente”, destacando su presencia en tres sitios: Kish (Irak), Karatas (Turquía) y Safadi (Israel) agregando que

es curioso recordar que en este último yacimiento, que ha proporcionado también mediterráneos gráciles, a cada raza correspondía un modo de sepultura particular. En el Calcolítico, por tanto, las tres grandes razas: mediterráneos (con dos variantes), alpinos y armenoides –que, más tarde, adquirieron una importancia variable en la región según las épocas–, están ya instaladas. Éste es un hecho que merece ser subrayado (Ferembach, 1973: 216-217).

Otros investigadores, como J. B. Hennessy (1982) y C. Elliot (1978: 37-45), han considerado la existencia de movimientos de población, en sentido este-oeste, a comienzos del Calcolítico, que introdujeron, en un radio amplio que abarcó Mesopotamia, Siria, Anatolia meridional y Canaán, como extremo meridional, nuevos elementos culturales. En cualquier caso, ya se trate de movimientos desde el norte como del este, ambas posturas coinciden en apoyar sus hipótesis principalmente en evidencias concernientes al tráfico de materias primas o sobre una semejanza de formas en algunos elementos de la cultura material, sin excluir, en las teorías del primer caso, algunas evidencias antropológicas.

3. La cultura Kura-Araxes: la conexión anatólico-caucásica

Ambas hipótesis, aunque diferentes, concuerdan respecto de la presencia, e influencia, de nuevos grupos humanos en Canaán (Bronce Antiguo II-III) que podrían verse robustecidas por los recientes estudios sobre el Calcolítico Transcaucásico (4800-3200 a.C.) realizados, en torno a la cultura Kura-Araxes, por T. Kiguradze y A. Sagona (2003). Sin embargo las hipótesis de Hennessy y Elliot deben ser tenidas en cuenta dados los aportes realizados por M. S. Rothman (2003), y más recientemente por B. Lyonnet, R. Greenberg y otros (Greenberg, 2007; Lyonnet, 2007a).

Señalan Kiguradze y Sagona que, desde el 4800-4000, en las tierras al sur del Cáucaso y regiones vecinas, adquiere importancia uno de los más notables complejos arqueológicos del Cercano Oriente. Este complejo de cultura material, conocido en la literatura arqueológica como Kura-Araxes, Transcaucásico Temprano (ETC)2 o Karaz, se extendió, por más de 1500 años, sobre un área notablemente amplia: desde Transcaucasia, a través del noroeste de Irán, hasta Anatolia oriental y el Alto Éufrates.

En el Levante aparece un repertorio artefactual relacionado con la ETC, cuya notoria presencia proviene, en el norte de Israel actual, de una forma derivada denominada, por el sitio de su hallazgo, Khirbet Kerak (Bet Yerah) (Gandulla, 2007). En el Amuq (H-1) la cerámica Khirbet Kerak fue llamada por Robert Braidwood (1937) “Rojo-Negra Bruñida”.

Sin embargo, Kiguradze y Sagona destacan que, aunque muchas cuestiones de este complejo cultural son aún difíciles de aprehender, el tema quizás más intrigante es el concerniente a sus orígenes que es tan problemático hoy como ayer cuando B. A. Kuftin (1941) acuñó el término Kura-Araxes. Al tiempo que se han reconocido múltiples adaptaciones regionales, la homogeneidad del complejo Kura-Araxes condujo a algunos prehistoriadores no sólo a identificar el fenómeno con un grupo étnico diferenciado (Burney, 1989) sino también a la conclusión de que la cultura se difundió, rápidamente, desde un solo punto de origen en todas las tierras altas del norte del creciente fértil y desde allí hasta Canaán.

M. S. Rothman (2003) parece ir en apoyo de la probable procedencia oriental de los movimientos de población y del rol que le cupo al tráfico de materias primas al sostener que la cuestión de la expansión de la ETC está centrada sobre la zona donde se intersectan cuatro áreas culturales: Transcaucasia, Anatolia central, Mesopotamia e Irán occidental. En este marco, el nivel de interacción entre el sur y el norte de la Mesopotamia se incrementó dramáticamente entre el 3600 y el 3000 a.C. En parte, este contacto debe implicar el intercambio de materias primas, productos y tecnología. Los metales, especialmente herramientas de cobre, deben haber jugado un rol pues el cobre arsenicado y su fundición era bien conocido en el Calcolítico Tardío del IV milenio (Courcier, 2007): artefactos de cobre de tipo transcaucásico se hallan en número considerable en Siria del Norte en sitios como Tell Mozan, quizás a consecuencia de que parecen haberse desarrollado tempranamente algunos avances técnicos en la región transcaucásica y que muchas fuentes de cobre están localizadas en el mar Negro y el área de los ríos Kura y Araxes. Por tanto, el intercambio de estos bienes parece haber sido un factor impulsor para los grupos en Transcaucasia y también un vehículo a través del cual fue llevado al Transcáucaso el conocimiento de las áreas de Turquía oriental y el oeste de Irán.

Los migrantes sureños (Akhundov, 2007) –migrantes y no comerciantes– también sirvieron como parte de un corredor para los bienes de y hacia Mesopotamia meridional, y a través del Éufrates sirio hacia el litoral del Mediterráneo oriental y finalmente Canaán, en el extremo sur de las áreas culturales involucradas, donde los materiales Khirbet Kerak parecen erigirse en una fuerte prueba de esta presencia.

Por su parte, señala B. Lyonnet (2007b: 150) que

a partir del fin del IV milenio se asistirá a un movimiento general inverso [al urukiano] con la migración de grupos sud-caucásicos hacia el Próximo Oriente mientras que los contactos con el norte del Cáucaso parecen interrumpirse definitivamente. Las causas de este nuevo fenómeno aún son oscuras.

4. Conclusión

Si evaluamos, desde una perspectiva de longue durée, el proceso demográfico operado en Canaán, entre el Neolítico y el Bronce Antiguo III, pensamos posible conjeturar la constitución de una base “étnica” cuya originalidad residiría precisamente en su carácter híbrido, que, enriquecido con nuevos aportes de población –que tienen lugar en la región sirio-cananea a partir de mediados del III milenio–, habría de constituir el continuum sociocultural característico de la región cuya existencia hemos demostrado en otro trabajo (Gandulla, 2005).

A este continuum transcaucásico-cananeo (¿hurro-cananeo?) habrán de sumarse otros procesos simbióticos que se generarán en la región, desde fines del III y en particular durante la primera mitad del II milenio, por la presencia de un nuevo componente poblacional: el de los semitas occidentales (amorritas).

A diferencia de la expansión transcaucásica, la de los semitas occidentales no se apoya en evidencias textuales o de cultura material específicas, sino en el carácter propio de los procesos histórico-sociales o por inferencia. Asimismo, la encrucijada poblacional que representa Canaán en esta área del Próximo Oriente actuará también, a nuestro juicio, como factor de fusión en un mestizaje de inusitada originalidad que se expresará en el segmento etnocultural cananeo conocido después como los hebreos históricos.

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1 Este artículo sirve como introducción a un trabajo que fue publicado en 2017 bajo el título “Los hurro-amorritas de Canaán. Una hipótesis alternativa sobre el origen de los hebreos”. Para la versión definitiva de este texto contamos con la colaboración del Dr. Pablo Jaruf. Agradecemos a los referatos por sus observaciones y sugerencias. Cualquier error u omisión, corre enteramente por nuestra cuenta.

2 ETC = Early Transcaucasian.