Marcelo Campagno
Universidad de Buenos Aires / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Las ideas que se expresan en los trabajos reunidos en este dossier –que se extenderá en dos volúmenes consecutivos de la RIHAO– fueron originalmente presentadas durante el VII Congreso Iberoamericano de Egiptología, que se celebró en Buenos Aires, del 5 al 7 de septiembre de 2022. El evento fue organizado por el Instituto de Historia Antigua Oriental “Dr. Abraham Rosenvasser” de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y tuvo lugar en tres sedes: el Centro Cultural “Paco Urondo” (FFyL-UBA), la Universidad Pedagógica Nacional (UNIPE) y el auditorio “Jorge Luis Borges” de la Biblioteca Nacional “Mariano Moreno”. Participó del congreso un centenar de expositores, investigadores dedicados a la historia y la cultura del Antiguo Egipto, tanto de la península ibérica (España y Portugal) como de varios países de América Latina (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Uruguay y Venezuela), muchos de los cuales estuvieron presentes en Buenos Aires, mientras que otros tantos tomaron parte a través de la vía virtual. Del mismo modo, un numeroso público siguió las presentaciones y las discusiones de manera presencial y un número mucho mayor lo hizo de manera remota a través de la transmisión online.
Se trató de una ocasión singular. Por un lado, porque 2022 fue un año cargado de simbolismo para la egiptología. En efecto, se cumplieron por entonces 200 años desde el comienzo formal de la disciplina, a contar desde la célebre publicación de la Carta a Dacier por Jean François Champollion, en donde se enuncia su primera propuesta de desciframiento de la escritura jeroglífica que haría de ese Antiguo Egipto, que se conocía desde siempre, un mundo nuevo, que estaba atesorado en los textos y que a partir de entonces comenzaría a revelarse. Y además, también en 2022 se cumplió otro aniversario, el de los 100 años del famoso hallazgo de la tumba de Tutankhamón por Howard Carter, otro enorme símbolo, no ya del nacimiento de la egiptología pero tal vez sí de una expansión del aprecio de la sociedad contemporánea por el Antiguo Egipto, un descubrimiento a partir del cual se relanzó el estudio sobre el Antiguo Egipto, desde un interés que se hizo no sólo académico sino social, que hizo de la egiptología un saber no ligado exclusivamente a eruditos sino a amplios sectores de la sociedad.
Y por otro lado, el VII Congreso Iberoamericano de Egiptología fue el primero en celebrarse de este lado del Océano, en América Latina. Para nuestro Instituto, para nuestra Facultad, para nuestra Universidad de Buenos Aires, ha sido un gran motivo de orgullo el haber podido protagonizar ese momento de ampliación egiptológica hacia un horizonte mayor, tal como había sido propuesto en el Congreso anterior, celebrado en 2018 en Madrid, cuando, en un gesto generoso y fraternal de nuestros colegas de España y Portugal, por primera vez el congreso pasó a llamarse Iberoamericano y no solamente Ibérico como había sido hasta entonces. En efecto, si el VI Congreso había sido –en palabras de sus gestores– el cierre de un ciclo, con el retorno a Madrid donde todo había comenzado veinte años antes, el VII Congreso ha sido el comienzo de un nuevo y más amplio ciclo. Y si en el transcurso del anterior, la Egiptología hispano-lusa fue alcanzando una robustez que actualmente la asemeja a la practicada en los centros más importantes a nivel mundial, esperamos que este ciclo sea el de la expansión de esos estándares de calidad a la escala de la vasta comunidad iberoamericana.
Y hablando de símbolos, cuando pensábamos qué imagen debía representar a nuestro congreso, finalmente nos decidimos por una que quizás no sea la más conocida ni la más atractiva acerca del Antiguo Egipto. No es una famosa máscara de oro ni una pirámide. Pero es un símbolo de varias cosas. Se trata de una foto tomada en Aksha, un sitio que excavó Abraham Rosenvasser en los años 60, cuando participó con una misión arqueológica argentina en los rescates arqueológicos en Nubia, en tiempos de la construcción de la Gran Represa de Asuán. Y esta imagen tiene algo que la torna doblemente simbólica.
Por una parte, es una imagen simbólica por lo que nos trae respecto de nuestra presencia a nivel nacional en relación con esta disciplina, porque efectivamente se podría decir que ese momento es, en cierto modo, el del nacimiento de la egiptología en Argentina, por más que pudiéramos proyectar algún precedente. Y ese momento de los rescates en Nubia es también un momento crucial de la egiptología en España, porque paralelamente estaba sumándose a la misma empresa Martín Almagro, que podemos considerar como uno de los padres de la egiptología en España, y a cuya participación se debe la instalación en Madrid del conocidísimo templo de Debod. De modo que esos años 60 son, en algún sentido, los de la extensión de una disciplina que hasta ese momento era básicamente un asunto de algunos centros del mundo, de la Europa del Norte o de Estados Unidos, hacia nuestro ámbito iberoamericano.
Y esa imagen es también simbólica, por otra parte, en un sentido muy distinto. En ella se aprecian los restos de un templo ramésida sobre los cuales se construye luego una iglesia cristiana, que se inicia en el siglo VII. Hay así una superposición de épocas culturales que quedan articuladas en la imagen, momentos que corresponden a historias distintas y, sin embargo, articuladas en aquel sitio de Aksha. Y a ello habría que agregar todo lo que vino después, hasta el trabajo arqueológico, que viene también a acoplarse a esos sitios en términos de una práctica que permite recrear aquel pasado en el presente. Y la ventana que podemos ver en esa imagen es, en cierto modo, la ventana a la que nos podemos asomar para pensar el pasado y el presente: el pasado de la civilización egipcia que nos interesa estudiar y tratar como un símbolo de nuestra propia existencia y, al mismo tiempo, el pasado y el presente de una disciplina académica que piensa, a partir de las condiciones propias del mundo académico, y en nuestro caso desde Iberoamérica, ese gran símbolo que es el Antiguo Egipto.
Finalmente, los agradecimientos. La organización del VII Congreso Internacional de Egiptología demandó una gran cantidad de trabajo, principalmente derivada de la complejidad de su formato híbrido que, como queda dicho, permitió la participación presencial o remota tanto de los expositores como del público general en sus tres sedes. Hay que agradecer, entonces, a las autoridades de esos espacios en los que tuvo lugar el evento, por el apoyo y la generosidad con la que nos abrieron sus puertas: a Ricardo Manetti, Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, y a Nicolás Lisoni, Director del Centro Cultural Paco Urondo; al Rector Adrián Cannellotto, Sebastián Abad y Erwin Luchtenberg de la Universidad Pedagógica Nacional; y a Guillermo David y Estefanía Rodríguez Barros de la Biblioteca Nacional “Mariano Moreno”. A través de ellos, la gratitud se extiende a todo el personal técnico y administrativo de esas instituciones que ayudaron en la concreción local del Congreso. Un agradecimiento especial merece ser expresado a S.E. el Señor Embajador de la República Árabe de Egipto, Mohamed Ibrahim Kazem, quien formó parte de la sesión inaugural y nos expresó el apoyo fraternal de su país a la realización de esta actividad en la Argentina. La organización ejecutiva del evento estuvo coordinada por la Secretaria y verdadera alma mater del Congreso, María Belén Daizo, secundada por Pablo Jaruf, también Secretario, y concretada con la participación de un equipo de integrantes del Instituto de Historia Antigua Oriental compuesto por Marcos Cabobianco, Ezequiel Cismondi, Leandro Constanze Lima, Augusto Gayubas, Bárbara Hofman, Sebastián Maydana, Alejandro Mizzoni y Diego M. Santos, así como con la colaboración de Mariana Bertolini, Fátima Cuello, Giuliana De Luca, Mayra Gargiulo, Dana Godoy, Laura Lew y Jimena Serret, y la asistencia técnica de Arte Dual y Soul Cleff Productions. Cada uno en su medida aportó su tiempo y su trabajo para transformar lo que se presentaba como un ambicioso proyecto en una satisfactoria realidad. Quede, pues, constancia de que es un logro de todos ellos.