La dinastía norteña de Omrí y la ruptura con el pasado hebreo (ca. 883-841 a.C.)

Magdalena Magneres (2021).
Azul: Del Azul, 256 páginas.
ISBN 978-950-9516-57-1

Pablo Jaruf

Universidad de Buenos Aires / Universidad Nacional de Luján / Instituto Superior del Profesorado “Joaquín V. González”, Argentina

El libro que aquí reseñamos consiste en la publicación de una tesis de doctorado finalizada en 2017 y defendida en 2019. La misma fue presentada en la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires y contó con la dirección de Marcelo Campagno, quien redactó un prólogo para esta ocasión (pp. 13-15). La autora, Magdalena Magneres, plantea en las palabras iniciales (pp. 17-19) que, apenas finalizada su tesis de licenciatura –la cual estuvo centrada en la etnogénesis de los hebreos– comenzó a indagar sobre Omrí y sus descendientes pues, como ella afirma, durante la Edad del Hierro “no hay otro rey que haya dejado una impronta similar en la breve historia independiente del sur del Levante” (p. 17).

La idea central de esta tesis, convertida ahora en libro, es que dicha dinastía promovió una serie de cambios que transformaron de manera radical a la sociedad hebrea, al punto de hablar de una verdadera ruptura. Se trataría de la conformación, por primera vez en la Edad del Hierro de las tierras altas del sur del Levante, de una sociedad estatal, es decir, de “la emergencia de una organización claramente estructurada, asimétrica y expansiva” (contratapa). De esta manera, se distancia de la mirada tradicional, que consideraba a la época de la Monarquía Unida como el momento en que había surgido el Estado, así como de algunas críticas minimalistas que consideran a la estatalidad como una lógica extraña a las prácticas sociopolíticas locales, introducida en la región recién a partir de la conquista asiria. En este debate, Magneres se ubica en una posición centrista, postura ya adelantada por Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman en libros como The Bible Unearthed. Archaeology’s New Vision of Ancient Israel and the Origin of Its Sacred Texts (2001), y después en The Forgotten Kingdom. The Archaeology and History of Northern Israel (2013).

Para demostrar su tesis, la autora estructura el libro en dos partes. La primera, donde establece consideraciones iniciales, debate el uso del texto bíblico como fuente histórica, repasa la historia de la arqueología en la región y sintetiza el marco general de la Edad del Hierro antes de la dinastía omrida. La segunda, por su parte, constituye el núcleo de la investigación, donde analiza las evidencias arqueológicas y epigráficas sobre estos reyes, así como también las menciones bíblicas, para finalizar discutiendo estos resultados frente a las miradas propuestas hasta el momento sobre Omrí y sus descendientes. El libro concluye con una interpretación integral y consideraciones finales.

El primer capítulo, “Introducción” (pp. 23-40), comienza con una advertencia, pues aclara que si bien se trata de una obra dedicada a un proceso que tuvo lugar durante una muy breve fracción de tiempo –para las escalas que se manejan en Historia Antigua– forma parte de un campo “complejo”, el de la Historia del Antiguo Israel, temática que no sólo impacta en el judaísmo y el cristianismo, sino incluso en el actual conflicto israelí-palestino, animándose la autora a incorporar fragmentos del poeta Mahmud Darwish. A continuación, procede a delimitar la región de análisis, a la que denomina alternativamente como Israel, Palestina y Levante meridional. Sin embargo, el peso de la visión bíblica se advierte en la distinción que plantea entre el norte y el sur, basada centralmente en los núcleos de los reinos de Israel y de Judá, respectivamente. Este capítulo finaliza con la difícil cuestión cronológica, donde la autora recorre de manera breve los principales debates, adaptando la visión que separa en Hierro I (1200-950 a.C.) y Hierro II, subdividiendo a su vez este último en tres fases: A (950/925-830 a.C.), B (830-722 a.C.) y C (722-586 a.C.), fechados que encajan con la denominada “Cronología Baja”, impulsada, entre otros autores, por el ya mencionado Finkelstein.

En el capítulo siguiente, “Una literatura singular: la Biblia” (pp. 41-54), la autora comienza aclarando que dicha fuente debe ponderarse como una construcción mítico-teológica, cuya forma definitiva es bastante tardía con respecto a la época que aborda esta tesis. Continúa dando cuenta de los aportes de Jan Assmann acerca de los pasos que habrían llevado a la canonización de las Sagradas Escrituras, recorriendo después de manera breve tanto la exégesis crítica como el debate entre maximalistas y minimalistas sobre el uso de la Biblia como fuente histórica. Al final incorpora tres preguntas, donde la autora plantea la posibilidad de que la religión yavística haya servido como aglutinante político para los reyes omridas, hipótesis que sin embargo no vemos retomada luego en el resto del trabajo, donde la cuestión religiosa queda en un segundo plano.

El tercer capítulo, “La historia de la Arqueología en Israel y la Arqueología Bíblica” (pp. 55-67), aborda resumidamente las características que adoptó la práctica de esta disciplina en la conflictiva región de Palestina/Israel. En general, podemos decir que consiste en una buena primera aproximación para el lector que desconoce esta temática, aunque la sección dedicada a la arqueología a partir de la década de los setenta quizás resulte un tanto breve.

El último capítulo de la primera parte del libro, “Panorama general de la Edad del Hierro antes del surgimiento de la dinastía omrida” (pp. 69-90), se dedica a sentar las bases que le permitirán desplegar después el análisis de los distintos tipos de evidencia. Ante todo, vuelve a delimitar la región, pero de manera distinta a como lo había hecho en el primer capítulo, lo que presta a cierta confusión. A partir de lo anterior ubica a los distintos pueblos de la Edad del Hierro, como filisteos, fenicios, arameos y edomitas. Con base en este contexto aborda la cuestión de la etnogénesis de los hebreos, cuyo proceso ya sería claro en el siglo X a.C. (p. 77), cuando grupos se desplazaban del noroeste de Arabia hacia Canaán y allí confluían con poblaciones locales. Sobre la cuestión de la organización social, la autora plantea que este asentamiento en aldeas y el aumento demográfico se enmarcarían todavía bajo el predominio de jefes comunales propietarios de tierras, a quienes caracteriza simultáneamente como ancianos/sabios/consejeros. Son estos últimos actores quienes se verían afectados por el ascenso de la dinastía omrida, temática que desarrolla en otro capítulo posterior. Entre la etnogénesis hebrea y el reinado de Omrí, Magneres señala un proceso de centralización política que habría dado lugar a una sociedad de jefatura, momento en el cual deberíamos ubicar a la llamada Monarquía Unida de David y de Salomón.

La segunda parte del libro comienza con un extenso capítulo, “La evidencia bíblica” (pp. 93-122), donde retoma y complementa algunos planteamientos sobre esta fuente ya realizados en la primera parte. Allí aborda la cuestión del documento deuteronomista, aspecto relevante en el cual la autora no profundiza, lo cual hubiera sido útil, habida cuenta de que es el que más datos ha conservado sobre los reyes de esta dinastía. La posibilidad de extraer información histórica de este documento le permite establecer una secuencia de los hechos atribuidos a los omridas. Comienza analizando los libros de Reyes, donde Magneres se detiene en episodios como la compra de la tierra montañosa donde se construyó Samaria y la disputa por el terreno donde estaba la viña de Nabot. Estas narrativas le dan pie para profundizar en aspectos centrales de su tesis, como son la posesión, la propiedad y la herencia de la tierra, hallando indicios de la imposición de una sociedad urbano-estatal y la consecuente declinación de las leyes tribales. Lo anterior es ampliado en un apartado dedicado a la mano de obra, donde la autora también encuentra indicios que permiten inferir el aumento del reclutamiento forzoso para construir grandes obras monumentales, aunque varios de los datos en realidad fueran atribuidos al reinado de Salomón. A continuación, analiza los libros de Crónicas, pero no se explaya demasiado debido a lo escueto de las menciones a la dinastía omrida, descartando también toda la información de los libros proféticos. Antes de finalizar dedica una sección al término dinastía, cuya relación con el resto del capítulo no termina de quedar del todo clara. Por último, termina afirmando que el conjunto de los elementos históricos analizados permite advertir una ruptura donde los jefes comunales perdieron sus tierras en favor de una monarquía ahora estatal, quiebre del cual se conservaron episodios en la memoria popular y fueron recuperados por los redactores bíblicos, incluso en los relatos proféticos, testimonios que, a pesar de lo dicho pocas páginas atrás, la autora termina por considerar. A nuestro modo de ver, a pesar de la centralidad que estas cuestiones presentan para la tesis, quizás hubiera sido conveniente tratar la evidencia bíblica al final, pues se trata de una fuente claramente posterior.

En el sexto capítulo, “Evidencia arqueológica” (pp. 123-158), se busca identificar el registro material que permita dar cuenta de la fuerte transformación social señalada en páginas anteriores. Para esto la autora sintetiza la información arqueológica conocida para la Edad de Hierro IIA, comenzando por el sistema de asentamientos, el cual parece dar cuenta de un denso paisaje urbano compuesto por ciudades, fortalezas, aldeas y sitios estacionales. Sobre la cronología, cabe señalar que aquí la autora ofrece un fechado distinto al del primer capítulo. Mientras que antes había indicado que esta fase arqueológica databa entre 950/925 y 830 a.C. (p. 36), ahora establece que fue entre 940 y 732 a.C. (p. 129). De una u otra manera, ambas incluyen gran parte de lo que sería el siglo IX a.C., donde Magneres detiene su atención para analizar de manera detallada todos aquellos sitios donde existen evidencias atribuibles a los reyes omridas: Tirsá, Samaria, Megido, Jezreel, Hazor, Dan, Dor, Jahaz, Ataroth y los sitios del valle de Beth Shean. A lo anterior se suma el análisis de la evidencia cerámica y las volutas de piedra, todo lo cual permite a la autora afirmar que el norte de Israel habría atravesado un período de intensa actividad constructiva, para lo que se necesitaron no sólo especialistas en distintas tareas, sino también un sistema logístico que permitiera gestionar una gran cantidad de recursos y de personas, indicios todos ya de una sociedad estatal.

El capítulo siguiente, “La evidencia epigráfica” (pp. 159-171), trata sobre inscripciones y otros documentos extra-bíblicos donde se mencionan los reyes omridas o bien están datados durante o cerca de la época de esta dinastía. Comienza con el análisis de las inscripciones de las estelas de Tel Dan y de Mesha de Moab, del obelisco negro de Salmanasar III y de la estela de Sargón II hallada en Larnaca (Chipre), aunque cabe mencionar que esta última en realidad corresponde a fines del siglo VIII a.C., es decir, cuando los asirios ya habían conquistado el Reino de Israel. A lo anterior se suma un estudio de los ostraca de Samaria, sobre cuya datación y finalidad existen diversas interpretaciones, pero ante lo cual la autora sostiene que “revelan una organización perteneciente al sistema de tributación de Israel poco después de la caída de los omridas” (p. 171). Completa este examen una breve mención a las inscripciones de Kuntillet Ajrud, de las cuales se destaca el posible alcance y/o prestigio de los reyes de la ciudad de Samaria.

El octavo capítulo, “Las miradas sobre la dinastía omrida” (pp. 173-189), presenta un estado del arte sobre lo que plantearon diversos autores acerca de Omrí y sus descendientes. Llama la atención su ubicación a esta altura del libro, pues en una tesis el estado del arte suele ubicarse al comienzo, estudio que justamente permite advertir áreas de vacancia que serán cubiertas con el inicio de una nueva investigación. El primer autor que menciona es el sociólogo Max Weber, quien ya a comienzos del siglo XX planteaba que durante la época de los omridas pudo haber retrocedido la influencia de los ancianos en favor de los funcionarios urbanos. Sigue un repaso de la mirada de distintos biblistas, como Albrecht Alt, Martin Noth, Felipe Yafé, Gilbert Okuro Ojwang, Alberto Soggin, Hermann Michael Niemann y Nadav Na’aman, reservando un apartado especial para la corriente minimalista, donde menciona a Thomas L. Thompson y Emanuel Pfoh. Finaliza con una revisión del aporte de dos arqueólogos: Israel Finkelstein y Norma Franklin. En general, todos destacan el peso relevante de Omrí y de sus descendientes en el desarrollo de la monarquía israelita, pero mientras que para unos se trataba del establecimiento de una sociedad urbano-estatal, como plantean Finkelstein y Thompson, para otros, en cambio, se parecía más a una jefatura de base tribal, como sostienen Niemann y Pfoh.

El anteúltimo capítulo, “Hacia una interpretación integral sobre la dinastía omrida” (pp. 191-197), ofrece finalmente la mirada que propone Magneres, donde articula en unas pocas páginas el análisis de las evidencias bíblicas, arqueológicas y epigráficas. Inicia con una lista de seis preguntas que la tesis se propone responder, la cual también hubiera sido útil mencionar al principio del libro. En pocas palabras, el resultado de su análisis muestra que la evidencia bíblica cuenta con un sustrato histórico que remite a la emergencia de lo estatal, expresado fundamentalmente en la construcción de grandes obras monumentales y las menciones epigráficas de guerras que indican planes de expansión territorial por parte de los reyes omridas. La erosión de los líderes comunales propietarios de tierras habría quedado fuertemente registrada en la memoria popular, como recogen los episodios bíblicos de la compra de la tierra montañosa donde se construyó Samaria y la disputa por la viña de Nabot. A su vez, las circunstancias en las cuales Omrí accedió el poder, apoyado por parte del ejército y sin contar con lazos de parentesco con los jefes anteriores, habrían facilitado la singularidad de este evento político, favoreciendo la imposición de una lógica distinta, ahora estatal.

Concluye el libro un breve último capítulo, “Consideraciones finales” (pp. 199-200), donde simplemente resume los resultados ya mencionados en páginas anteriores. Las últimas palabras de la tesis se reservan para recordar que el proyecto político de los omridas quedó trunco debido al avance imperial asirio, el cual provocó de manera indirecta el resurgimiento de rivalidades internas que al cabo de cuatro décadas terminaron por provocar la caída de esta familia real.

Como ya dijimos y es evidente, Magneres se ubica en una posición centrista a la hora de considerar el uso de la Biblia como fuente histórica, mientras que su idea sobre la formación de un Estado a partir del reinado de Omrí no resulta del todo original, pues ya fue formulada de manera clara, entre otros, por Finkelstein. De todas formas, su tesis presenta el valor agregado de ofrecer un estudio actualizado sobre el tema e incorporar una mirada más atenta a los aspectos sociológicos y antropológicos del proceso, particularmente aquellos relativos a la cuestión de la tierra y de la mano de obra, llevándola a recuperar planteos de investigadores de distintas disciplinas, quienes ya habían llamado la atención sobre la marginación del peso de los líderes comunales en la época de los omridas. Por estas razones, recomendamos ampliamente este libro a quienes estén interesados en profundizar en la posición centrista, alejada de los extremos maximalista y minimalista.

Por último, celebramos la realización de este tipo de tesis y su publicación en castellano en Argentina, país alejado de los centros donde se estudian estas problemáticas, lo que hace más difícil llevar adelante una investigación con estas características, labor que, de todas maneras, como demuestra este libro, no es imposible. Confiamos que de esta manera se seguirán fortaleciendo los estudios sobre el antiguo Cercano Oriente en Sudamérica, labor colectiva a la cual contribuye sin dudas esta publicación.

Bibliografía

» Finkelstein, I. (2013). The Forgotten Kingdom. The Archaeology and History of Northern Israel (Ancient Near East Monographs 5). Atlanta: Society of Biblical Literature.

» Finkelstein, I. y Silberman, N. A. (2001). The Bible Unearthed. Archaeology’s New Vision of Ancient Israel and the Origin of Its Sacred Texts. Nueva York: Free Press.