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Redes de apoyo durante la pandemia de COVID-19. La producción de “solidaridad” en una población al nordeste de la provincia de Buenos Aires

Support Networks During the COVID-19 Pandemic. The Production of “Solidarity” in a Community Northeast of Buenos Aires

Redes de apoio durante a pandemia de COVID-19. A produção de “solidariedade” em uma comunidade do nordeste da província de Buenos Aires

Redes de apoyo durante la pandemia de COVID-19. La producción de “solidaridad” en una población al nordeste de la provincia de Buenos Aires.
Runa, vol. 45 no. 1, (205- 226 pp.), Jan-Jun, 2024, doi: 10.34096/runa.v45i1.12288. ISSN: 1851-9628
Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires


Introducción

El 12 de marzo de 2020, el gobierno nacional emitió el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) en respuesta al brote del virus SARS-CoV-2 (COVID-19). En ese contexto, el Estado argentino implementó una serie de acciones públicas con el objetivo de prevenir, contener y mitigar la evolución de la situación epidemiológica y las condiciones sociosanitarias. Una de las medidas adoptadas fue el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO), dispuesto el 20 de marzo a través del Decreto 875/2020. Esta medida implicó la suspensión de ciertas actividades industriales, de servicios, comerciales y sociales, lo que puso en cuestión la relación entre el trabajo, el consumo, la economía, los vínculos y la salud mental. La interrupción de los ingresos en los grupos domésticos, sumada a la histórica problemática estatal para reducir las desigualdades y la pobreza estructural, llevó a las personas a recurrir a las redes vecinales, ya que no contaban con los recursos materiales y financieros necesarios para enfrentar tales medidas.

Nuestro estudio se enfoca en el partido de San Andrés de Giles, el cual abarca una superficie de 1132 kilómetros cuadrados y está compuesto por trece localidades, incluyendo ocho “pueblos” y cinco “parajes rurales”. La agricultura y la ganadería son las principales actividades económicas de la región, y constituyen el motor del sector económico y productivo local. Además, el partido es reconocido por su cría de porcinos (es el quinto partido en cría de cerdos en la provincia) y aves, así como por la presencia de una industria papelera y de procesamiento de alimentos. Durante el ASPO, muchas de estas actividades fueron consideradas “esenciales”.

San Andrés de Giles se encuentra a 103 kilómetros de la región metropolitana de Buenos Aires (RMBA), donde se ubica el polo industrial, económico y logístico más importante de Argentina. Para acceder al partido se puede utilizar la Ruta Nacional N° 7, que está a 39 kilómetros después de la ciudad de Luján, o la Ruta Provincial N° 41, que une las localidades de Mercedes y San Antonio de Areco. San Andrés de Giles limita con los partidos de Exaltación de la Cruz al noreste, San Antonio de Areco al noroeste, Mercedes al sur, Luján al sudeste, Suipacha al sudoeste y Carmen de Areco al oeste. En la actualidad, el intendente municipal interino es Miguel Ángel Gesualdi, quien anteriormente ocupaba el cargo de secretario de Gobierno en la comuna por el Frente de Todos (FdT).1

Aunque la cabecera municipal implementó diversas medidas restrictivas debido a su densidad poblacional, con aproximadamente 26.474 habitantes, de los cuales alrededor de 7.000 residen en los espacios rurales, según cifras provisionales del censo poblacional realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC, 2022), las demás localidades y parajes rurales de la región, como Franklin, Heavy y Villa Ruiz, enfrentaron mayores desafíos. Esto se debe a la histórica escasez de recursos materiales, presupuestarios y estructurales, así como a su aislamiento geográfico respecto de la municipalidad, tal como se puede apreciar en el mapa adjunto (Figura 1).

Figura 1:

Rutas y distancias de localidades y parajes con respecto a la cabecera municipal

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Fuente. Dirección de Planeamiento y Obras Particulares. Código de ordenamiento urbano y territorial del Partido, noviembre de 2021

Basándonos en el estudio de eventos mediáticos concretos, analizamos los relatos que circularon en plataformas sociodigitales como Instagram y Facebook, así como en artículos de la prensa vernácula. Nuestro análisis abarcó el periodo comprendido entre marzo de 2020 y diciembre de 2021. Además, realizamos entrevistas a través de videollamadas por WhatsApp a dos vecinas, una referente barrial, dos profesoras y una referente municipal. Consideramos que esta estrategia metodológica fue la más apropiada debido a las limitaciones por las medidas de aislamiento, que dificultaron la realización de trabajo en terreno.

También nos apoyamos en aproximaciones etnográficas previas a la emergencia sociosanitaria, que obtuvimos a través de nuestras investigaciones en curso en el partido de San Andrés de Giles desde 2017. Las investigaciones se enfocan en dos temas diferentes: uno estudia la producción de estatalidad en torno al llamado “Programa CEPT” con atributos de cogestión, participación y alternancia; el otro aborda las luchas de dos organizaciones socioambientales frente al modelo de agronegocios. Estos datos enriquecieron nuestras reconstrucciones analíticas al permitirnos comprender las redes de contacto territorial desplegadas entre gilenses durante la vigencia del DNU.

La percepción nativa respecto de la vulnerabilidad, los riesgos y las incertidumbres durante la emergencia sociosanitaria fue que “en la capital [CABA] la pasaron peor”. A la postre, en “el campo hubo un mejor tránsito” de la crisis con relación a la “gente de la ciudad”.2 Esta consideración surgió debido a que los grupos domésticos rurales pudieron criar animales y cultivar sus propias huertas para garantizar la producción de alimentos durante las medidas de aislamiento. Además, tuvieron la posibilidad de realizar actividades al aire libre porque “en el campo hay menos gente”, sentido común asociado a la menor densidad demográfica en estos espacios. No obstante, los problemas sociales y económicos en estas zonas fueron (y han sido) graves sobre todo con algunos signos negativos en el desempleo y las perspectivas económicas.

En el desarrollo de nuestro argumento, exploramos la generación de organización y las acciones emprendidas como respuestas sociales en el partido de San Andrés de Giles en el seno de la pandemia de COVID-19. A través de nuestro análisis, abordaremos cómo algunas gilenses producen y practican la “solidaridad” en situaciones de emergencia. Además, examinaremos las dinámicas culturales y políticas que influyen en su expresión y producción, tanto simbólica como material, basándonos en el conocimiento de las estrategias, creencias e interacciones humanas. Esto nos permitirá generar un conocimiento situado acerca de las “solidaridades” que se configuraron como respuestas a la crisis sociosanitaria. Ese fenómeno articuló diversos símbolos y prácticas en circunstancias de crisis y vulnerabilidad, los cuales consideramos que merecen ser estudiados por la antropología social.

Antropología y redes sociales ante una crisis sociosanitaria

La antropología ha mostrado un profundo interés en comprender las interpretaciones culturales de las crisis y las pandemias. Algunos estudios en el campo de la antropología médica, como los realizados por Mark Nichter, han demostrado que ante las crisis sociosanitarias, los grupos humanos recurren a una relación social (véase Nichter, 1987, 2006). A partir de su trabajo etnográfico en el suroeste de la India, el investigador documentó las interpretaciones que los aldeanos canareses tenían sobre el brote del arbovirus en la selva de Kyasanur (KFD, por sus siglas en inglés). Esas interpretaciones culturales y las respuestas entre los canareses surgieron como resultado de la desproporcionada afectación que experimentaron.

Los aldeanos consideraron que la intervención y el desprecio humano hacia el sistema ecológico fueron las causas de la catástrofe epidémica. Los aspectos físicos de la enfermedad se convirtieron en símbolos de su construcción social; es decir, la KFD fue significada como un bhūmi dosha (“un problema de la tierra”) que condensó las relaciones antiguas y modernas entre las personas, el Estado y la biota. Para minimizar los efectos, los aldeanos formaron un comité de ayuda para obtener apoyo y llevaron a cabo una Kōla en honor a los bhūta Panjorli (“espíritu patrón”) y Bermeru (“señor de la selva”), ritual que no se había llevado a cabo desde la reforma agraria.3

La Kōla fue realizada tanto por miembros de las familias pertenecientes a la “realeza” local como por las familias “no privilegiadas”, quienes voluntariamente contribuyeron con todos los recursos que tenían disponibles como ofrendas, con el propósito de aplacar la ira de los espíritus. En ese contexto, los gobiernos a nivel distrital y estatal redujeron la epidemia a “una enfermedad que sólo involucró virus y garrapatas” (Nichter, 1987, p. 419). Sin embargo, los aldeanos reconocieron las dimensiones sociales y políticas de una “enfermedad del desarrollo” (Disease of Development) asociada a la tala de árboles de la selva. Los políticos locales intentaron minimizar esa conexión, por lo que respondieron a la KFD con asistencia paliativa y temporal.

En el trabajo de Nichter encontramos el valor del conocimiento local en la producción de respuestas sociales a las epidemias. En nuestro caso, la enfermedad por COVID-19, en tanto nuevo patógeno, surgió en un contexto político y ecológico en el cual las intervenciones estatales evidenciaron las dificultades políticas y sociosanitarias en sus acciones públicas, las cuales muchas veces fueron desiguales. A pesar de la considerable atención científico-social a los impactos de la pandemia en las zonas urbanizadas, las desigualdades sociales y las dificultades sistémicas y de larga data de acceso al sistema de salud pusieron a las poblaciones que habitan espacios rurales en mayor riesgo.

Consideramos que, dado el carácter relacional de nuestra temática acerca de las respuestas ante la crisis sociosanitaria, es necesario realizar un análisis de las redes sociales para el análisis político y cultural. Esto nos permite acercarnos a las dimensiones de las respuestas sociales (modos de saber-hacer) que a menudo son poco contempladas. Tanto Émile Durkheim (1893) como Ferdinand Tönnies (1887) anticiparon la idea de las redes sociales en sus estudios sobre grupos sociales.4 En antropología, ejemplos clásicos incluyen los trabajos de Bronisław Malinowski (1922) y Marcel Mauss (1925), quienes sentaron las bases para la teoría de las redes sociales. Sin embargo, el inicio de un pensamiento teórico sobre las redes sociales se atribuye al sociólogo John Barnes (1954), seguido por Elizabeth Bott (1959) y Clyde Mitchell (1974), quienes, a partir de sus trabajos etnográficos, analizaron redes sociales en África, India, Noruega y Reino Unido.

El concepto de red puede ser ambiguo. Existe una distinción entre la “red” y el “conjunto” (véase Barnes, 1954; Mitchell, 1974). La “red” se refiere al campo social que se articula a través de los lazos de vecindad y parentesco que unen a personas y grupos. No tiene fronteras externas y no presenta una organización corporativa. Bott (1959) definió las redes de un grupo familiar como el conjunto de relaciones sociales externas a ese grupo. También señaló que la red de parientes y vecindades es el entorno social inmediato de una persona (Bott, 1959). Whitten y Wolfe (1974) consideraron que la teoría del intercambio -basada en la reciprocidad- y la teoría de la acción -ligada a la toma de decisiones-, pueden servir de base para el análisis de las redes sociales y de los lazos interpersonales.

La antropóloga Larissa Lomnitz, a través de su trabajo etnográfico en una barriada marginalizada en México, resaltó que la categoría analítica de “red social” ofrece una descripción concisa de las relaciones interconectadas entre puntos correlacionados entre sí. Según Lomnitz, lo que se considera “real” en términos sociales son las relaciones subyacentes que definen el campo social en el que se desarrollan estas interacciones (Lomnitz, 1985). Por lo tanto, las redes sociales son sistemas dinámicos sujetos a una continua reconfiguración basada en las relaciones entre las personas (Wolfe, 1978).

No concebimos una red como una estructura fija, ni pretendemos cosificar los patrones relacionales ni atribuirles un mero propósito. El propósito solo entra en juego en el nivel relacional que generan las prácticas de los grupos humanos. Sin embargo, una red no implica reduccionismo, ya que la relación en sí misma es más que la suma de sus partes (Mitchell, 1974). Este enfoque relacional muestra cómo los intercambios entre las personas “afectan” tales relaciones y cómo esas relaciones producen un campo de intercambios. Es así como los grupos domésticos aseguran su reproducción a través de diversas estrategias de supervivencia.

En tiempos de crisis, enfermedad y contagio, las redes sociales se convierten en un medio para fortalecer las dinámicas de intercambio y apoyo entre personas. Estas redes sociales permiten el intercambio de bienes, servicios y apoyo emocional, lo que se vuelve fundamental para enfrentar las dificultades durante momentos de crisis. Para Barnes (1954) y Bott (1959), las relaciones en una red proporcionan intercambios y niveles de reciprocidad. Dichas estructuras sociales pueden estar caracterizadas por grupos humanos con relaciones dinámicas y heterogéneas. En algunos casos, las redes son la única fuente de apoyo que las personas tienen en situaciones de crisis e incertidumbre, ya que permiten acceder a dinero, créditos personales, alimentos, intercambios o trueques, oportunidades laborales, apoyo emocional, información y asesoramiento.

Las redes sociales, por lo tanto, pueden ser estructuras de solidaridad y colaboración para gestionar problemas o necesidades específicas. Durante el contexto del ASPO en el país, surgieron “nuevas formas” de organización social que combinaban elementos de “viejas formas” desde distintos espacios sociales.5 Aunque inicialmente se vio limitado el apoyo presencial debido a las medidas de aislamiento y a los sentimientos de riesgo, los miembros encontraron diversas formas de intercambio y presencia a través de sus redes sociodigitales. Es decir, si bien algunas actividades se detuvieron temporalmente, la construcción de relaciones sociales no cesó.

Cuando el Estado organiza “solidaridad”

La pandemia de COVID-19 generó la necesidad de apoyo entre gilenses, especialmente aquellos en condiciones precarizadas. En la práctica, se implementaron diversas formas de ayuda a través de las redes sociales. Esas redes fueron cruciales para las personas afectadas por la emergencia sociosanitaria, representando a menudo su primer y único camino. Estuvieron tejidas en un contexto histórico y cultural asociado a formas de respuesta ante la vulnerabilidad, la incertidumbre y las crisis. Tales respuestas sociales generaron una heterogeneidad de relaciones durante el periodo de aislamiento.

Las esferas sociales en las que las personas interactúan -como clubes culturales, centros educativos, asociaciones deportivas, agrupaciones religiosas, profesionales, políticas, sindicales y empresariales- se convirtieron en un medio para crear redes y estrechar lazos entre sus miembros. Estas interacciones tenían como finalidad producir “solidaridad” como respuesta a la crisis, al mismo tiempo que buscaban mitigar los sentimientos de vulnerabilidad e incertidumbre. En ese enclave, surge la pregunta por la “solidaridad”. Durante el ASPO, en diversas redes sociodigitales como Instagram y Facebook, así como en plataformas periodísticas, se mediatizó el significante “solidaridad” como respuesta a la crisis. Pero ¿cómo se produce la solidaridad en Argentina? Según Cuesta y Seselovsky,6

la solidaridad está hecha, sobre todo, de ausencia del Estado. De un sujeto: el pobre. De una acción sobre ese sujeto: la dádiva. De una escala: los pobres son millones. De una condición: la urgencia. De un pueblo: el argentino, y de una forma de percibirse: solidario. (Cuesta y Seselovsky, 2021, párr. 7)

En este sentido, nos pareció importante contextualizar históricamente la noción de “solidaridad argentina” desde la formación de una “conciencia nacional” hasta la actualidad. Cuesta y Seselovsky (2021) encontraron la punta del estambre de la “solidaridad argentina” en la creación de la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires en 1823, establecida por el entonces presidente Bernardino Rivadavia, la cual con el tiempo daría lugar a la Sociedad de Damas de Beneficencia: “el Estado le quita a la iglesia la gestión institucional de la pobreza” (párr. 9). En 1946, la Sociedad fue disuelta y la Fundación Eva Perón ocupó el siguiente estadio. La expansión masiva de la televisión y los avances en las comunicaciones funcionaron como mecanismos de producción de símbolos y narrativas de “solidaridad” que apelan al “esfuerzo del Estado y las instituciones” y a la “buena voluntad vecinal”; creando así un campo donde el Estado, en tanto producto cultural, simbólico e ideológico, construía una cierta imagen de garantía a través de la producción de “confianza”. En el siglo XXI, las redes sociodigitales se convirtieron en un espacio propicio para que la tradición solidaria argentina encontrara una renovada mediatización.

En el contexto de la emergencia sociosanitaria, en marzo de 2020 se creó el programa “#ModoComunidad” en San Andrés de Giles, Buenos Aires. Esa iniciativa fue propuesta por el bloque de concejales del Frente de Todos (FdT) y fue elevada a la Secretaría de Desarrollo Humano a través del Honorable Concejo Deliberante. El llamado “programa solidario” se articuló con redes vecinales y de voluntariado, como Red Solidaria, Emprendedoras SAG, Comunidad Parroquial, así como con clubes deportivos como Club Victoria, Almafuerte, Villa Manchi, comercios locales y medios de comunicación de San Andrés de Giles. La finalidad era “apoyar a las familias más necesitadas” (Figura 2). En la descripción del programa, se destacaba la importancia de la solidaridad para alcanzar el objetivo planteado, haciendo hincapié en que la participación de los vecinos y vecinas “son vitales para su funcionamiento” (Infociudad, 2020b).

Figura 2:

En el registro de la cuenta de Instagram del Club Villa Manchi, se informó que el sistema “Dejo Pago” logró recolectar donaciones por un valor aproximado de 900 dólares. Además, los gilenses y las instituciones realizaron contribuciones y donaciones en comercios mayoristas del rubro alimenticio por alrededor de 1200 dólares. Como parte de este programa, se distribuyeron 400 viandas, 120 docenas de tortas fritas y 450 pollos asados. Estas acciones beneficiaron a aproximadamente 1500 familias gilenses. Fuente: Club Villa Manchi [@clubvillamanchi] (28 de marzo de 2020). ATENCION!!!!! #modocomunidadsag

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Publicación de Instagram

Popularizado a través de Instagram, WhatsApp y Facebook, el hashtag “#ModoComunidad” se utilizó como medio de difusión de las actividades del programa. Su finalidad principal fue recolectar donaciones que se distribuyeron principalmente en los barrios populares de la localidad, siguiendo los protocolos sanitarios (Infociudad, 2020a). El programa se desarrolló en cuatro instancias: la primera fue la “Comunidad Virtual de Seguridad Alimentaria”, integrada por instituciones y organizaciones adheridas que promovieron usos nativos de “fuerza solidaria”, “organizar el esfuerzo”, “somos responsables”, “cuidarnos y prevenir” y “unión”.

Otra instancia se enfocó en los comercios locales y sectores de la economía popular a través de la iniciativa llamada “Dejo Pago”, un sistema de intercambio en el que se dejaba pagado “algo” en los comercios adheridos mediante un sistema de bonos que era registrado por un “donante”; luego un representante del programa retiraba el total de las contribuciones. En tercer lugar, se formó un grupo de voluntariado encargado de diversas tareas operativas. Por último, se estableció un registro de familias con dificultades para acceder a centros de salud, alimentos y medicamentos. También se creó un “Banco de Alimentos Virtual y Físico” que funcionó a través de un número de WhatsApp habilitado para donar alimentos secos o frescos.

Las respuestas sociales en torno al “#ModoComunidad” generaron espacios de apoyo escolar, entrega de barbijos, asistencia psicológica y distribución de viandas de comida. En pos de garantizar el acceso a la “seguridad alimentaria”,7 también se organizó el “#CompromisoComunidad”, en el cual más de 140 familias donaron alimentos diferentes semanalmente para preparar bolsones que se repartían los sábados. Estas redes de trabajo, principalmente organizadas a través de grupos de WhatsApp, se fueron tejiendo entre el gobierno municipal, las vecindades, los clubes y las escuelas, que posteriormente se conocieron como “Redes de Vecinos Solidarios”, una expresión nativa que reforzaba el significado del lema de la ciudad: “el pueblo es solidario” (Infociudad, 2020b).

Las relaciones sociales que se desarrollaron a través del “#ModoComunidad” nos permiten repensar la producción de vínculos y la organización, donde se encontraba la opción de “dar”, “recibir” y “retribuir”. En este sentido, podemos encontrar cierta comprensión de esta dinámica relacional en el Ensayo sobre el Don de Marcel Mauss (1925). El intercambio, que implica la obligación de dar, recibir y retribuir, es simultáneamente una forma de reconocimiento de la dignidad de los socios (Cardoso de Oliveira, 2004). Bruno Karsenti (2009) enfatizó que en el caso del Potlatch, una práctica ceremonial de distribución de bienes y recursos, esta no se basa en el interés de lucro, sino en la manifestación de la generosidad y el prestigio por parte del patrocinador del Potlatch.

En el contexto del “#ModoComunidad”, observamos cómo las dinámicas de dar y recibir se entrelazaron con manifestaciones variadas de “reconocimiento”, “solidaridad” y “compromiso”, pero también de “estatus”. Por ejemplo, el uso del hashtag se basó en la mediatización de signos de “solidaridad” (como se muestra en la Figura 2, las palabras “solidarios”, “responsables” y “juntos” adquirieron significados asociados con la idea de “ser solidario”) promovidos por la alianza política del FdT a nivel local.

En momentos de vulnerabilidad y crisis, la representación de ideas como “juntos somos invencibles” o “la solidaridad transforma multiplicando cada gesto noble” resaltó el trabajo, los gestos y las acciones conjuntas hacia “las familias que están sufriendo las consecuencias” (comentarios de vecinos vía Instagram, 18 de abril de 2020). Estas ideas generaron un sentido de pertenencia, como una forma de compromiso social y simbólico: “entre todos es mejor”, “estamos orgullosos de pertenecer y compartir este proyecto”, “unidas jamás seremos vencidas” (comentarios de vecinas vía Instagram, 11 de abril de 2020).

No obstante, es importante destacar que, como toda construcción colectiva y heterogénea, la práctica y el uso nativo de la “solidaridad” durante ese periodo estuvo marcado por tensiones, relacionadas con las filiaciones políticas de quienes encabezaron la propuesta. Vecinas referentes de la localidad expresaron que habían decidido no participar debido a que “solo ellos [organizadores] manejaron los recursos”, por “no quedar pegadas al Frente de Todos”, o incluso por considerar que “[la propuesta] tuvo intereses políticos” (entrevistas a vecinas y referente barrial, mayo de 2020).

Respecto de lo anterior, a menudo, aquellas personas receptoras (“las ayudadas”) sienten la responsabilidad de retribuir de alguna manera en el futuro, ya sea directamente a quienes les brindaron apoyo; lo que establece así un ciclo continuo de dar y recibir. El reconocimiento esperado o el interés que está involucrado es el estatus o posición social de aquel que ofrece el Potlatch. Como señaló Cardoso de Oliveira (2004), aunque el énfasis en el reconocimiento no esté tan presente en los intercambios, como el Kula o los dones intercambiados en las sociedades modernas, no deja de estar presente. Incluso cuando se celebran relaciones igualitarias, el reconocimiento está presente en tales prácticas.

La mediatización conectó a redes vecinales, militantes de organizaciones sociales, políticos y miembros de clubes vinculados directa o indirectamente al FdT. Estas agrupaciones compartieron fotos y actualizaciones de estado (“publicaciones”) en las plataformas sociodigitales, mostrando contribuciones con recursos materiales como dinero, alimentos y medicamentos; actos de gentileza y contención emocional al ofrecer palabras de aliento o entrega de juguetes a las infancias, así como la donación de tiempo y habilidades en la preparación y entrega de los bolsones. Cada publicación estuvo acompañada de mensajes que invitaban a contribuir, alentaban y agradecían, lo cual a su vez animaba o felicitaba a las personas encargadas de gestionar, preparar y entregar las donaciones. Esta acción generó un ejercicio de influencia en las plataformas, no solo en términos de filiación política, sino también de comunidades de pertenencia.

El “#ModoComunidad” fue una respuesta, entre otras -como las organizadas desde las instituciones educativas-, a las necesidades y los problemas generados por la crisis sociosanitaria y las medidas de aislamiento preventivo. Esta iniciativa estuvo presente durante los primeros meses de la cuarentena, sobre todo porque durante el invierno austral se agravó la crisis laboral y socioeconómica que ya atravesaba el país.8 Sin embargo, la iniciativa no continuó vigente en 2021. A medida que se flexibilizaron las restricciones de circulación, poco a poco comenzó a desarticularse el sistema de apoyos, a pesar de que muchas familias y trabajadores rurales atravesaban una situación de mayor precarización debido a los efectos estructurales de la pandemia.

“De esto salimos todos”: redes de apoyo laboral y económico

Durante las medidas de aislamiento, las gilenses expresaron sentimientos de miedo y desesperación frente a la crisis sociosanitaria. Muchas personas perdieron sus empleos e ingresos, y experimentaron sentimientos de vulnerabilidad debido a los índices altos de contagio. Una vecina de Villa Ruíz describió esta situación como un “tiempo lleno de incertidumbres” en el que pasaron por momentos difíciles porque “no hubo trabajo y había que comer” (entrevista a vecina, noviembre de 2021). Según la radiografía social elaborada por la Comisión de Ciencias Sociales Unidad COVID-19 (2020), cumplir con las medidas del ASPO resultó especialmente desafiante para los grupos domésticos. Esto se debió, por ejemplo, a la dificultad de subsistir y encontrar trabajo de aquellas personas que dependían de empleos temporales, como las conocidas “changas”, o de ocupaciones transitorias en la localidad, como la limpieza de lotes o el cuidado de infancias.

En el partido, la adhesión a las pautas establecidas por el gobierno nacional y provincial resultó particularmente difícil para los “changarines”. Estos trabajadores precarizados e informales desempeñan tareas temporales y representan una figura sociológica de peones rurales o urbanos. A diferencia de los empleados de fábricas u oficinas, los changarines se dedican a brindar servicios de reparación, pintura, mantenimiento, encomiendas, así como carga y descarga de mercadería, organización de productos, limpieza de terrenos o jardinería. Su labor se caracteriza por la movilidad y la adaptabilidad a las demandas del momento, ya que pueden ser contratados por un día o para proyectos específicos. La inestabilidad salarial que ya enfrentaban se agravó durante la pandemia, y acentuó las dificultades que atravesaron en ese contexto desafiante.

Desde 2018, el equipo de conducción técnica y el consejo de administración del Centro Educativo para la Producción Total (CEPT) han recopilado diversos datos sobre las dinámicas sociolaborales entre la población. Cuando surge alguna oferta de trabajo, se pone a disposición la agenda de datos y se notifica a los changarines. Según mencionó la directora del CEPT “a veces los productores buscan trabajadores para determinadas actividades del campo, y suelen preguntar al CEPT” (entrevista, julio de 2020). En esos casos, durante el ASPO, el coordinador de alternancia y producción (CAP) se comunicaba por WhatsApp o por vía telefónica con aquellos que necesitaban trabajo. Estas dinámicas han favorecido la construcción de redes sociolaborales que facilitan el intercambio y la contención con los grupos domésticos del partido.

Los CEPT son escuelas agrarias de nivel medio que se caracterizan por su enfoque en la “cogestión”, “autogestión” y “alternancia”, elementos que conforman la organización y las prácticas sociales y políticas del denominado “Programa CEPT”.9 Estos centros surgieron en 1988 y se centran en dos líneas estratégicas: el desarrollo local y la educación popular, integral y participativa. En su propuesta política, categorías como “territorio” y “cultura local” forman parte del “contenido”. De ahí que su modelo de gestión y enfoque pedagógico se base en los ciclos de producción de los grupos domésticos.10

A nivel local, las redes sociales han desempeñado un rol crucial en la difusión de información. Los miembros de estas redes compartieron noticias, preocupaciones, comentarios y rumores sobre asuntos locales, lo que generó sentimientos de miedo entre los usuarios. En este sentido, la exposición a información sobre riesgos puede aumentar la sensación de vulnerabilidad entre miembros de un grupo, tal como observó Nichter (2006) en relación con las conductas sexuales de riesgo y contagio entre filipinos.11

Durante el ASPO, se hizo evidente la difícil situación que enfrentaba parte de la sociedad gilense. Una vecina expresó: “no la estábamos pasando bien […] una situación muy difícil” (comentario vía Instagram, noviembre de 2020). En ese contexto, los grupos de WhatsApp organizados desde el CEPT y las redes vecinales se convirtieron en espacios de difusión de noticias sobre los problemas y dificultades locales, el estado emocional de las personas, el mercado de trabajo y los precios de bienes y artículos. Además, se compartieron relatos y descripciones de acciones consideradas “solidarias” llevadas a cabo tanto por las vecinas como por organizaciones sociales e institucionales, a través de la implementación de medidas de protección colectiva. Estas dinámicas permitieron obtener información sobre cómo buscar alternativas de apoyo y brindar contención a las personas:

[…] vimos la forma de cómo apoyar y animar a la gente, porque no tienen ni un sope, ni un peso para laburar. Entonces, tuvimos que ver la forma para generar dinero, y la única forma de generar dinero es con algo que ellos sepan hacer, porque ¿qué otra cosa, viste? (entrevista a directora del CEPT, julio de 2020)

El equipo de conducción acompañó a las familias proporcionándoles alimentos y asegurándose de que ciertas necesidades básicas estuvieran cubiertas, realizando visitas a aquellas que no disponían de suficientes ingresos para adquirir lo necesario. Las integrantes del equipo se dedicaron a elaborar “diagnósticos” basados en observaciones in situ de la situación material y emocional de las familias, así como en las conversaciones mantenidas en los grupos de WhatsApp. La finalidad era brindar apoyo con recursos psicológicos y proveer bienes y artículos a las familias que los necesitaran: “la contención, la comida y el abrigo, que lo tuviesen, era importante” (entrevista a profesora del CEPT, julio de 2020).

Además del trabajo en redes, dos docentes del equipo han desempeñado un rol activo en la promoción de la agricultura familiar. Esto adquirió aún mayor relevancia a raíz de las denuncias y su posterior inclusión en la agenda pública de la problemática de la pulverización con agrotóxicos en la región (véase Lara Corro y Vega, 2022; Vega, 2022). Durante la crisis sociosanitaria, la cuestión de la vida y la salud se convirtieron en temas centrales de discusión y acción entre el CEPT y organizaciones de base, como Ambiente Saludable y la Red Federal de Docentes por la Vida, lo que evidencia la necesidad de repensar nuestras relaciones y prácticas humano-ambientales.

La importancia de consumir alimentos sanos, pensar los sistemas ecológicos, producir alimentos libres de agrotóxicos y fomentar la agroecología local han sido algunas de las tareas y desafíos planteados por profesoras del centro educativo. Esta “otra forma de apoyo” es fundamental, tanto para el consumo como para incentivar la agricultura familiar; pero sobre todo, como parte de un paradigma agroecológico que genere la transición hacia la soberanía alimentaria local. Por ejemplo, el Instituto Superior Técnico para la Producción Total ha ofrecido cursos certificados por la Dirección General de Cultura y Educación de la provincia en producción agrícola y ganadera con orientación agroecológica.

La situación distrital, que a comienzos del segundo cuatrimestre de 2020 se encontraba en fase cuatro del ASPO, tomó otro rumbo tras más de siete meses de cuarentena. El presidente Alberto Fernández decretó la finalización del ASPO y el comienzo del distanciamiento social, preventivo y obligatorio (DISPO). Esta situación generó “otros aires” para algunas personas, pues se pudo “agilizar un poco más la situación” (entrevista a vecina, mayo de 2021). Después de eso, las vecinas coincidieron en que se regularizó en cierto modo el tema del trabajo; así, changarines y personas dedicadas a otros oficios pudieron retomar sus labores. Sin embargo, la persistencia de otras crisis, como la económica, han producido diversas incertidumbres sobre cómo administrar la vida. Una vecina expresó estos efectos: “no ha cambiado tanto la situación por la realidad económica del país… los niveles inflacionarios nos están matando” (entrevista a vecina, junio de 2021).

De ferias, bolsones y vacunas

La crisis sociosanitaria generó diversas formas de intercambio y redes de apoyo vecinal. Una de estas iniciativas fue la creación de la “feria virtual” y el “grupo de compras agroecológicas” por parte del equipo de conducción del CEPT en plataformas como Facebook y WhatsApp. A través del grupo de WhatsApp, una de las coordinadoras difundía semanalmente una lista denominada “Productos de campo y elaboraciones caseras”, en la cual se ofrecían productos de acuerdo con la oferta de los productores locales. Entre estos insumos se encontraban: bolsón de verduras agroecológicas, miel pura, alfajores, dulces y escabeches artesanales.

Los productos se retiraban los viernes en el centro educativo y, en algunos casos, se coordinaba la entrega a domicilio. Estas iniciativas surgieron como una “salida autogestionaria” para intentar mitigar los impactos socioeconómicos. Si bien el grupo de compras había comenzado a operar en abril de 2019, durante la pandemia adquirió mayor relevancia al convertirse en una alternativa a la Feria de Artesanos y Emprendedores Familiares, también llamada “feria de emprendedores” o “feria franca”. Esta feria presencial no pudo llevarse a cabo debido a las restricciones, y los feriantes se encontraron entonces sin los medios para vender sus productos.

El CEPT cuenta con entornos productivos en avicultura, cunicultura, ovinos y apicultura, así como una huerta con cultivos frutícolas. Estas producciones se consumen en la escuela y el excedente se comercializa en la feria franca, donde también participan productores familiares. En colaboración con el centro educativo, la Secretaría de Cultura ha organizado cada sábado una feria en las plazas principales de la localidad, en la que participan productores locales y zonales. Actualmente, esta feria busca fortalecerse a través del programa “Mercados Bonaerenses”, dependiente del Ministerio de Desarrollo Agrario de la Provincia de Buenos Aires. El objetivo de ese programa es fomentar el consumo local de alimentos. Tales redes y actividades desde el CEPT han convertido estas iniciativas en una “opción de apoyo y trabajo” para las familias:

Nosotras estamos tratando de hacer una red en el CEPT, donde vamos los sábados y ponemos un puesto en la feria del pueblo […] tenemos un grupo de WhatsApp donde todo el que tenga algo que ofrecer agroecológico, lo pueda ofrecer al grupo. Y el que quiera lo compra y lo pasa a comprar por la escuela. Para las familias es una opción de apoyo… de trabajo, le da la opción de vender los huevos, productos que ellos tienen producen en sus casas. Le da una opción de un trabajito porque muchos no tienen laburo. (entrevista a docente del CEPT, noviembre de 2018)

El intercambio es una parte fundamental de las prácticas socioeconómicas. Existen varias formas de organizar el flujo de intercambios entre los productores y los consumidores. Por ejemplo, un grupo de docentes del centro educativo llevó a cabo una “movida” en sus redes para reunir conejos y entregarlos a las familias que los adquirieron mediante transacciones monetarias o intercambio de bienes. Al inicio de la pandemia, las docentes crearon un catálogo en línea para el “grupo de compras” y la “feria virtual”, el cual se compartió a través de Facebook, WhatsApp y correo electrónico.

Las docentes se encargaron de preparar las fotos de los productos, el diseño, los diagramas y la promoción inicial en estas plataformas. Actualmente, el catálogo continúa funcionando y se actualiza periódicamente, y atrae cada vez a más participantes. Según la directora del CEPT, aproximadamente “hay alrededor de diez productoras involucradas” (entrevista, julio de 2020). A través de ese catálogo se comercializaron e intercambiaron diversos productos. Algunas mujeres se dedicaron a la cestería, manualidades, artesanías, mientras que otras, al comienzo de la pandemia, confeccionaron cubrebocas debido a la alta demanda de este producto.

Por otro lado, las redes de intercambio promovieron un mercado local donde los productores y vecinos que cultivan alimentos orgánicos, agroecológicos y provenientes de la agricultura familiar pudieran comercializar sus productos directamente o realizar trueques. El grupo de compras tuvo buena respuesta debido a que “todos se quieren cuidar” (comentario de vecina vía Instagram, julio de 2020). Tanto el “grupo de compras” como la “feria virtual” plantean una cuestión especial: las relaciones sociales generan vínculos en el terreno de pertenencia.

Los lazos vecinales son considerados como “la primera fortaleza interna, porque sin el apoyo y movimiento de los vecinos, vos no tenés nada” (entrevista a vecina, agosto de 2020). En tiempos de crisis, surgen diversas asociaciones y transacciones centradas en el interés mutuo de las personas para llevar a cabo intercambios comerciales, un proceso facilitado por los lazos de parentesco, que abarcan desde relaciones de amistad y conocidos cercanos hasta vínculos consanguíneos y políticos. De esta manera, los intercambios recíprocos de bienes, servicios y apoyo generaron un campo de relaciones basado en la presencia y la vecindad.

La “feria virtual” se caracteriza por dos elementos: las formas de intercambio (mercantiles o recíprocos) y las formas de pago (salariales/no salariales, compensaciones). Antes de la pandemia, las ferias surgían de manera rudimentaria en algunas de las plazas públicas donde grupos de personas y extraños se reunían e intercambiaban o vendían artículos. La transformación de los alimentos en productos indica la participación de estas personas en circuitos de intercambio más amplios que, como se ha demostrado en otros casos, ligan a las productoras con el Estado (Schiavoni, 2013). Sin embargo, algunas de las transacciones tuvieron lugar fuera de estos circuitos e implicaron diversas formas de reciprocidad y redistribución. Por un lado, en la “feria virtual”, a veces el precio de los bienes y servicios intercambiados era determinado por los compradores y vendedores. Por otro lado, el grupo de compras agroecológicas se caracterizó más por los intercambios mercantiles, sobre todo para satisfacer algunas necesidades económicas durante la pandemia.

A través del directorio generado en el CEPT, se estableció contacto con consumidores y productores locales. Esta labor también fue impulsada a través de otras redes sociales organizadas desde Ambiente Saludable, una organización de base integrada “entre gente conocida” y con ciertas afinidades políticas. Sus miembros llevan a cabo diversas actividades pedagógicas (charlas, cine-debate, conferencias con especialistas) para “informar y concientizar” sobre las problemáticas socioambientales a nivel regional, como las pulverizaciones con agrotóxicos o la incidencia de los agronegocios en las relaciones humanas y ambientales.

Como mencionamos anteriormente, los excedentes del área productiva del CEPT, como huevos o conejos, se ofrecen a través del grupo de compras. Además, algunas familias también ofrecen sus propias producciones. Ese grupo se constituyó en una “red de productoras solidarias” en el seno del dominio doméstico. Cada quince días, los viernes, una vecina ofrece cappellettis y tallarines, otra elabora pollo enrollado, ensalada, tartas, pastafrola y dulce de leche, y otra se dedica a hacer panes y pizzas. Algunos estudiantes del CEPT elaboran dulce de leche y conservas. Como sostiene Gabriela Schiavoni, a través del intercambio y centrándonos en la alimentación, estas mujeres han transformado “las relaciones domésticas, particulares, en relaciones colectivas, entre pares” (Schiavoni, 2013, p. 3).

Las vecinas entrevistadas mencionaron que establecieron redes de relaciones y acciones con un sentido de “responsabilidad” hacia las personas. Algunas se ofrecieron como voluntarias y participaron en la iniciativa “#ModoComunidad”, donde brindaron apoyo a quienes lo necesitaron, ya sea mediante donaciones de dinero u ofreciendo otro tipo de ayuda. Aquellas vecinas que perdieron sus empleos o vieron reducidas sus horas de trabajo tuvieron más probabilidades de ser voluntarias en comparación con aquellas cuyo trabajo no se vio interrumpido. Con el inicio de la cuarentena, los gobiernos a nivel provincial y municipal organizaron diversas acciones públicas para la donación de bolsones de alimentos dentro de programas preexistentes.

A nivel local, identificamos dos tipos de programas: los provenientes del Sistema Alimentario Escolar (SAE) de la provincia de Buenos Aires y los proporcionados por el área de Bienestar Social del municipio. Ambos programas se enmarcaron en el plan provincial de “seguridad alimentaria”, lo que establece una relación paradigmática con la iniciativa municipal de “#ModoComunidad”. Los bolsones de alimentos provenientes del municipio fueron distribuidos entre cada referente municipal, quienes se acercaban a las distintas localidades y parajes para llevar a cabo su reparto.

Durante 2020, el SAE fue fundamental “para apoyar a las familias que más sufren la crisis” (entrevista a referente municipal, julio de 2020) . Ese programa brinda a las escuelas los insumos necesarios para asegurar el desayuno, la merienda o el almuerzo de los estudiantes. Ante la crisis, el SAE tuvo que reorganizarse y, como señaló la directora del CEPT, “ahora todas las escuelas reciben bolsones de mercadería” (entrevista, julio de 2020). El CEPT recibía entre 75 y 80 bolsones mensuales, los cuales eran preparados por las cocineras, el peón de la escuela y las integrantes del equipo de conducción. Estos bolsones incluían productos como leche, fideos, galletitas, cereales, harina, lentejas y azúcar, aunque la variedad “dependía del mes”. Mientras que en las zonas urbanas las familias tenían la posibilidad de acercarse a los establecimientos para buscar la mercadería, esto no sucedía en las escuelas rurales, donde las profesoras debían realizar la distribución “de campo a campo”.

El trabajo se realizó una vez al mes, y a veces cada 20 días. Pero suele variar dependiendo de si los bolsones “bajan a las escuelas en tiempo y forma”. En San Andrés de Giles y otros partidos, todas las escuelas que anteriormente ofrecían servicio de alimentación durante la asistencia diaria o en alternancia, comenzaron a brindar los bolsones de alimentos a los estudiantes y sus familias cuando se cerraron los establecimientos educativos. En varias escuelas primarias de la región, se estableció un día específico para la entrega; fueron principalmente las madres quienes acudieron a retirar el bolsón. En el caso del CEPT, “algunas pocas familias pudieron ir a buscarlo hasta la escuela, el resto nos turnamos los docentes, sobre todo quienes somos del equipo de conducción [compuesto por siete docentes], fundamentalmente, para repartirlos” (entrevista a profesora, marzo de 2021).

En algunos casos, dicho equipo se encargó de llevar los bolsones a la casa de los estudiantes, especialmente de aquellos que vivían en parajes alejados del centro de la localidad. Una profesora relató cómo en un par de ocasiones condujo hasta Gahan (a 71 km) y a Arrecifes (a 97 km) para entregar los bolsones, mientras que otra vecina los llevó a Franklin (a 36,4 km). Realizaron un circuito en sus automóviles para acercar los bolsones a los hogares. En otros casos, las familias acudieron personalmente a recogerlos, ya sea “porque están cerca, porque vinieron al pueblo, lo que fuere, lo vinieron a buscar” (entrevista a docente, julio de 2020). Durante estas entregas, el equipo aprovechaba la oportunidad para dar continuidad al trabajo escolar, revisar las actividades, entregar las tareas impresas, así como entregar semillas y materiales para poder organizar la huerta, y verificar el estado de las producciones hortícolas. Además, brindaban apoyo emocional a las familias, lo que convirtió a estas visitas en “un respiro” para las familias.

Por otro lado, con el colapso del sistema sanitario, algunas vecinas referentes se convirtieron en un vínculo crucial entre la población y los funcionarios de salud locales. Su rol era proporcionar información sobre las estrategias estatales de mitigación, evaluar su viabilidad y aceptabilidad, y comunicar las necesidades y recursos disponibles en las localidades del partido. Por ejemplo, en Franklin, hubo voluntarias que se encargaron de empadronar a las personas para la vacunación una vez que las dosis estuvieron disponibles. Para Angélica,12 los parajes suelen ser “la última en cualquier municipalidad… la zona rural siempre es lo último” (entrevista a referente municipal, julio de 2021).

En 2020, el gobierno provincial decretó el plan de vacunación pública, gratuita y opcional “Vacunate”. Después de diez meses de aislamiento, se llevaron a cabo operativos de distribución y vacunación en diversos espacios rurales. Sin embargo, cada municipio y distrito tenían la responsabilidad de decidir la forma más adecuada de llevar a cabo el registro y administración de las vacunas. Angélica, quien vive en el paraje de Franklin, “se las arregló” para completar formularios en línea y utilizar la aplicación CUIDAR13 para apoyar a los vecinos que no tenían acceso a Internet o no sabían cómo obtener un turno. A pesar de sus esfuerzos, muchas personas perdieron sus turnos debido a la incertidumbre y a las dificultades con las plataformas digitales. Ante estas adversidades, Angélica se dedicó a visitar casa por casa para brindar apoyo a los adultos mayores y a los enfermos crónicos considerados como “grupos de riesgo”. Ella registraba sus datos y les proporcionaba el seguimiento necesario para sus turnos de vacunación a través de correo electrónico, la aplicación y WhatsApp.

Un desafío recurrente en ese contexto de movilizaciones fue la precarizada condición de los caminos rurales. En la región, hay varios kilómetros de caminos de tierra que conectan con las principales rutas, como la Ruta Nacional N° 7 y la Ruta Provincial N° 41, que llevan a los centros de vacunación de San Andrés de Giles o Mercedes. Durante situaciones difíciles, como fuertes tormentas y terrenos fangosos, Angélica se encontró con el desafío de trasladarse para asistir y apoyar a las vecinas que necesitaban recibir sus dosis.

Para solucionar ese problema, Angélica gestionó con la municipalidad para adelantar los turnos en las localidades y parajes, asegurándose de que las personas pudieran regresar a sus hogares sin inconvenientes. Sin embargo, ese proceso no siempre era aplicado de manera generalizada, ya que algunas personas tenían que ajustarse a la hora asignada para su turno, lo cual resultaba complicado para aquellos que no estaban familiarizados con el sistema. Esta situación era especialmente difícil en los primeros meses de 2021, cuando la demanda de vacunas era alta y la gente no sabía cómo proceder.

Angélica enfrentó dificultades en lo que enunció como “hablar con la municipalidad”, es decir, para gestionar los turnos y agilizar el proceso de vacunación. En esa trama de relaciones, destacamos que las dificultades no se limitan únicamente a la distancia geográfica y a las condiciones materiales de los espacios, sino también en lo que ella describió como una “falta de comprensión de los representantes estatales” acerca de las realidades y las dificultades específicas asociadas con vivir en zonas rurales y agrarias alejadas. Tales dificultades obstaculizaron el acceso a la vacunación y a otros servicios de atención médica.

Reflexiones abiertas

El escenario cultural y político ha mostrado cómo una crisis sociosanitaria movilizó a grupos de personas en nombre de la “solidaridad”, la cual fue objeto de percepciones y apropiaciones diferenciadas, influenciadas por las dinámicas políticas locales. En el partido de San Andrés de Giles, las experiencias y el conocimiento local fueron primordiales para generar respuestas sociales desde las vecindades, los clubes, las escuelas, los grupos parroquiales y la municipalidad. Por lo tanto, resulta necesario plantear algunas observaciones relativas a los usos nativos de la “solidaridad” y las prácticas asumidas por personas y grupos concretos.

En el contexto coyuntural de vulnerabilidad y riesgo, hubo diversas acciones que generaron términos como “solidarios”, “responsables”, “cuidarnos/cuidar”, “unidad”, “juntos” y “comunidad”. Un ejemplo de ello fue la iniciativa denominada “#ModoComunidad#, en la cual las personas se adhirieron a diferentes grupos para establecer relaciones basadas en la ayuda mutua. Sin embargo, destacamos que estas dinámicas no estuvieron exentas de tensiones y contradicciones, ya que se evidenciaron las disparidades de clase y las condiciones sociales cambiantes en las que surgieron, lo cual delineó las interacciones dentro de esas redes. Por consiguiente, estas manifestaciones de solidaridad, entendidas como formas de apoyo y de unión entre grupos heterogéneos, no forman conjuntos unificados en sí mismas, lo que explica su dimensión espacio-temporal.

Dentro de ese entramado de relaciones, observamos una dinámica en la que unos “ayudan” y otros son “ayudados”,14 lo cual pone de manifiesto las disparidades socioeconómicas y jerárquicas presentes en la sociedad gilense. Estas desigualdades se muestran en aspectos como el tipo de empleo, los ingresos económicos, el acceso a recursos y servicios, así como en los patrones de consumo y en los estilos de vida. Aunque las prácticas adoptadas en torno al #ModoComunidad sentaron las bases de redes de apoyo atentas a nuevos acontecimientos, crisis y necesidades, nos interesa subrayar el carácter paliativo y vigente de esta propuesta municipal en un contexto de crisis sociosanitaria y emergencia alimentaria.

El impacto del “#ModoComunidad” fue más significativo en el espacio urbano del partido, donde se evidenció una mayor movilización de recursos. En cambio, el espacio rural presentó otras problemáticas históricas, como la accesibilidad. Tal como vimos en el caso de Angélica (referente municipal), vivir en zonas alejadas implica enfrentar desafíos materiales, como la falta de infraestructura adecuada, limitaciones en los servicios básicos y una menor o nula accesibilidad a recursos. Como señalara Mark Nichter desde sus trabajos de antropología de la vulnerabilidad, el riesgo y la responsabilidad, las adversidades favorecidas por políticas públicas laxistas pueden desviar la atención de las condiciones precarizadas que experimentan las poblaciones y, sobre todo, provocar que la responsabilidad de “actuar” y “cuidarse” recaiga en las personas (Nichter, 2006). Es decir, la interacción de las redes de apoyo puede llevar al interjuego “solidaridad-individualismo”, muchas veces promovido por grupos de interés, como es el caso del rol de los partidos políticos y organizaciones que hemos analizado.

Las respuestas locales desde diversas redes nos acercaron a una comprensión de los elementos culturales relacionados con las crisis y las incertidumbres, en tanto aportación socioantropológica. Esto incluye la construcción de conocimiento local sobre las enfermedades, las políticas de responsabilidad y los intercambios; la toma y ejecución de decisiones en torno a pautas de cuidado, apoyo, contención y colaboración; las prácticas asumidas para disminuir las crisis en el futuro, y las reacciones de las personas a la incertidumbre y la vulnerabilidad. En este sentido, la solidaridad puede manifestarse de formas diversas, ya que su organización y representación de los saberes pueden variar según el contexto sociocultural y las necesidades específicas de cada población.

Es importante destacar que esas formas de organización social no se limitaron únicamente a nuevas iniciativas, sino que también revitalizaron y fortalecieron redes preexistentes. Las agrupaciones vecinales, organizaciones sociales y colectivos de ayuda encontraron en las redes sociales una herramienta para mantenerse conectadas, coordinar esfuerzos y ampliar su alcance. En el contexto etnográfico, las redes sociales no solo buscaron adaptarse a las medidas de aislamiento que limitaron las interacciones “cara a cara”, sino que también organizaron y fortalecieron las interacciones “en línea”. En tal sentido, observamos cómo las plataformas sociodigitales han transformado la forma en que las personas se conectan y se relacionan, ampliando las posibilidades de interacción.

Desde nuestra mirada socioantropológica, consideramos fundamental no dejar de lado los desafíos y limitaciones que atraviesan la producción de solidaridad, como las desigualdades estructurales, la disponibilidad de recursos y la diversidad de perspectivas y necesidades de las personas involucradas. En este manuscrito, mostramos cómo se materializaron acciones y se asumieron prácticas consideradas solidarias, como la ayuda para la entrega de alimentos y productos básicos, al igual que la difusión de información y recursos útiles a través de las redes vecinales, que se convirtieron en canales importantes para coordinar esas iniciativas.

Finalmente, la pandemia de COVID-19 ha agudizado las problemáticas sociales, económicas y de salud pública, en especial en las poblaciones que históricamente han enfrentado presiones estructurales. Las entrevistadas coincidieron en que la crisis produjo nuevas desigualdades y acentuó las preexistentes. Ese contexto económico-político de “efectos” plantea una cuestión importante: la necesidad de que el Estado provincial y municipal implemente políticas públicas que contribuyan a la “justicia social” de las poblaciones y amplíe lo público. Por lo tanto, consideramos fundamental comprender, profundizar y abordar estas realidades, así como enfatizar la necesaria participación de los actores locales en la toma de decisiones y la implementación de políticas públicas.


Agradecimientos

Agradecemos a las mujeres que habitan los territorios del partido de San Andrés de Giles. Sus luchas y acciones han inspirado este manuscrito.

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Notas:

[1] El interinato se debe a la licencia solicitada por el exintendente Carlos Puglelli (gestión 2014-2021), quien asumió la diputación provincial desde diciembre de 2021, formando parte del bloque del Frente de Todos en la Cámara Baja.

[2] Según Mark Nichter (2006, 2020), las percepciones populares sobre vulnerabilidad y riesgo pueden atribuir cualidades negativas a un espacio o grupo social, como impureza, contaminación, presencia de espíritus malignos o enfermedades endémicas o epidémicas. Además, Nichter ha señalado la posibilidad de que aumenten la politización de la discriminación y la culpabilización de las minorías étnicas, retratándolas como ciudadanos poco higiénicos, y la tendencia a culpar a los extranjeros por el origen de la enfermedad. Sin embargo, en nuestro caso, registramos que otros grupos sociales perciben a la “gente de la ciudad” como menos cautelosa o más laxa en lo que respecta a los factores que favorecen o causan contagios y enfermedades. Estas creencias coinciden con las percepciones de los informantes que se relevaron en la radiografía social elaborada por la Comisión de Ciencias Sociales Unidad COVID-19 (2020). En dicho informe, las personas asociaron la pandemia con una enfermedad “de ricos” que no afectaba a los sectores populares ni a las poblaciones rurales.

[3] Para comprender las respuestas y las interpretaciones de los aldeanos, es necesario tener en cuenta tanto el sistema de creencias canarese como la reforma agraria llevada a cabo a mediados de los años setenta. La tragedia de la KFD ocurrió en un momento de cambio social y se relacionó con las particularidades históricas y ecológicas de la región. Un símbolo de la contención del bosque y la prosperidad doméstica era representado por una caza ritual anual (Kōla), dirigida por el señor de cada reino (sime). Antes de la caza, los aldeanos convocaban a los bhūta (las deidades patronas locales) para garantizar el éxito de la cacería. Sin embargo, con la implementación de la reforma agraria, los antiguos arrendatarios se convirtieron en pequeños propietarios, lo que significó la pérdida de geni (estatus) y tierras. Como resultado, muchas familias de la realeza se vieron incapacitadas para llevar cabo los rituales bhūta.

[4] Durkheim se centró en la cohesión social y la solidaridad, analizando las relaciones sociales a través de la solidaridad mecánica y orgánica. Por otro lado, Tönnies distinguió entre dos formas de organización social: la “comunidad” (Gemeinschaft) y la “sociedad” (Gesellschaft), caracterizadas por relaciones sociales cercanas y basadas en la tradición, y relaciones más impersonales y racionales, respectivamente.

[5] Nos referimos a las formas de participación y organización política que tuvieron lugar en Argentina a finales del siglo XX y principios del XXI en respuesta a diversas crisis. Un ejemplo de eso ocurrió en 2001, cuando se formaron redes de apoyo alrededor de asambleas populares y barriales, organizaciones de trabajadores desocupados, movimientos campesinos y eclesiásticos, así como movimientos de fábricas recuperadas por sus trabajadores. También surgieron espacios comunitarios que brindaban asistencia alimentaria, como las copas de leche.

[6] Cuesta y Seselovsky (2021) analizaron cómo un pibe instagramer pasó de tirarse leche en la cara frente a una cámara para convertirse en el nuevo comandante de la “solidaridad” en Argentina.

[7] La seguridad alimentaria es un concepto elaborado por organismos internacionales, como la Food and Agriculture Organization (FAO), así como por empresas transnacionales que consideran los alimentos como una mercancía dentro de un modelo agroalimentario neoliberal. Sin embargo, los grupos de base continúan cuestionando este modelo, cuya existencia depende de la acción concertada con el Estado nacional en términos de estrategia de economía política: la soberanía alimentaria. Aunque los gobiernos provinciales y municipales intentan garantizar la “seguridad alimentaria” para los estratos más vulnerabilizados, no significa necesariamente que dicho sector tenga acceso a alimentos sanos. Esto se debe a que la mayoría de los productos en los bolsones de alimentos son altamente procesados (principalmente alimentos secos) y, de hecho, algunos de ellos tuvieron una fecha de vencimiento muy próxima a la entrega.

[8] Cuando la pandemia de coronavirus llegó a Argentina en 2020, el país ya se encontraba en una situación de recesión económica. Se registraba una contracción en la actividad económica y una crisis de deuda que afectaba la estabilidad financiera. Además, enfrentaba uno de los mayores índices de inflación de la región, lo que generaba un constante aumento de los precios y erosionaba el poder adquisitivo de la población, especialmente de los sectores bajos.

[9] Debe considerarse que el Programa CEPT forma parte de un movimiento histórico de alcance regional, pero que cada centro educativo es una versión local y particular de tal movimiento.

[10] Cada CEPT está administrado por una Asociación del Centro Educativo para la Producción Total (ACEPT), conformada por un consejo de administración. Este consejo está compuesto en su mayoría por “caseros” (figura que se refiere a un encargado del parque del campo y viven en una casa proporcionada por el dueño de la tierra como parte de su retribución. En general, las familias caseras realizan pequeñas producciones de subsistencia). Actualmente funcionan 35 centros, distribuidos en cuatro regiones. El equipo de conducción técnica del CEPT está compuesto por la directora, el secretario, las coordinadoras de área y el coordinador de alternancia y producción (CAP). En cuanto a la propuesta político-pedagógica de estos centros, esta se enfoca en promover la “educación por alternancia” y el “desarrollo rural”. Para ello, trabajan instrumentos pedagógicos específicos, como el Plan de Búsqueda, el Cuaderno de la Producción, la Tesis, la Revisión y las Visitas.

[11] En sus trabajos sobre epidemias, Mark Nichter (2006) ha observado que, cuando los médicos sugieren a una persona que se realice una prueba clínica para descartar un problema de salud, en ocasiones esa simple “sugerencia” -aunque que no sea la intención- puede generar una sensación de vulnerabilidad que persiste incluso cuando los resultados del estudio arrojan un resultado negativo.

[12] Este nombre es un seudónimo. Angélica es egresada del CEPT; actualmente es presidenta del consejo de administración de esa institución y referente municipal en Franklin.

[13] La aplicación “CUIDAR-COVID 19” fue una plataforma desarrollada por el gobierno nacional para realizar el autodiagnóstico de síntomas, brindar asistencia y ofrecer recomendaciones en caso de infección. También proporcionó herramientas de comunicación con las autoridades sanitarias. A través de esta aplicación, se generaba un “Certificado de Circulación”, basado en la información proporcionada en forma de “declaración jurada”. Sin embargo, los usuarios informaron dificultades para acceder o instalar la aplicación, completar la información en la base de datos o recibir el certificado. Estas dificultades eran frecuentes debido a las limitaciones de acceso a Internet en los espacios rurales y agrarios, especialmente en los parajes donde la conectividad es escasa o nula.

[14] Agradecemos al revisor/a por señalarnos esta importante cuestión.

Notas

[15] Financiamiento: La investigación ha contado con el apoyo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) a través del programa de becas internas doctorales.