0000-0002-7545-7414 Ezequiel Gilardenghi[1][*]
“A rock shelter in memory”. Narratives of the past in archaeological tourism of Cerro Colorado, north of Córdoba
“Um beiral na memória”. Narrativas do passado no turismo arqueológico de Cerro Colorado, norte de Córdoba
“Tenemos la fuerza del instante pasado El tiempo nos sucede a cada instante Somos iguales y somos diferentes Somos tiempo” Eliecer Cárdenas
Este trabajo trata principalmente sobre el tiempo y su uso en la construcción del discurso acerca del pasado de la localidad de Cerro Colorado, en el norte de la provincia de Córdoba. Es también un intento por comprender las narrativas construidas por los distintos actores que forman parte del entramado social de la localidad, y que constituyen maneras paralelas de vivir e interpretar, no solo el pasado, sino también el presente. En este sentido se propone el análisis de la producción de relatos sobre el pasado, en torno a los sitios con arte rupestre y en qué modo estos son incorporados a esos discursos. Toda selección vinculada a la decisión de qué sitios se visitan y cuáles no, impregna al pasado de una significación que no es inocente, pues está cargada de implicancias sociales referidas al tipo de historias que se narran y al modo de percibir y construir un pasado determinado.
El pasado se “construye”, del mismo modo en que moldeamos el presente y el futuro, a través de las relaciones con los objetos y los seres que nos rodean, significándolo de un modo particular y propio. Por este motivo, resulta plausible de “fabricarse” a partir de lo que se muestra y de cómo se muestra. Entender el pasado como un espacio construido implica entender al tiempo como algo modificable y sujeto a ser percibido de múltiples modos, ya que los humanos somos quienes dotamos al tiempo de significación y estructura. El tiempo es trascendental, depende del sujeto que lo “intuye” y no está determinado por objetos externos (Kant, 2009), lo que necesariamente no significa que estos no sean relevantes en la temporalidad, de hecho, junto con las prácticas sociales constituyen un entramado de relaciones que dan forma al pasado. Entonces, si los objetos y las prácticas son herramientas para moldear el pasado, la diversidad de ambos permite intuir, como afirma la arqueología hermenéutica, que existen variadas formas de vivir/percibir el pasado. Algunas de estas múltiples temporalidades, en el caso de Cerro Colorado, se construyen en el presente mediante actividades que “crean” tiempo(s) (Gosden, 1994).
A partir de esta afirmación y siguiendo el razonamiento de Geoff Bailey (2007), nos preguntamos ¿Dónde, exactamente, localizamos al presente? ¿Cómo definimos los límites entre el presente y el pasado o entre presente y futuro?. En nuestro modo occidental y cartesiano de ver el mundo, el presente es aquello que observamos a nuestro alrededor y podemos conocer mediante una experiencia directa (Bailey, 2007), sin embargo el presente que habitamos está ligado inextricablemente al pasado y al futuro.
Según Tim Ingold (2000), los paisajes son constituidos como un registro durable de las generaciones pasadas que lo han habitado y que dejaron allí algo de sí mismas. Existe entonces una serie de actividades heterogéneas que se relacionan entre sí de manera secuencial o en forma paralela, que cobran relevancia cualitativamente y se retroalimentan cuando son puestas en práctica (Ingold, 2000). De este modo, los lugares que habitamos siempre son multitemporales (Olivier, 2001), ya que en un mismo espacio donde se sedimentan significados ocurre una suerte de palimpsesto, producto de las dinámicas sociales del pasado (Bailey, 2007), presente y futuro (Auge, 1993).
La localidad de Cerro Colorado está ubicada en la porción norte de los cordones montañosos que integran las Sierras Centrales. Su casco urbano y entorno rural cuenta con un total de trescientos ochenta habitantes estables, para quienes el turismo representa una importante fuente de ingresos. Dicha actividad se desarrolla durante el transcurso del año, aunque posee mayor relevancia en determinados momentos, como feriados provinciales o nacionales, receso escolar invernal y vacaciones de verano. No obstante, si nos referimos solamente a las visitas realizadas a las pinturas rupestres, la mitad de sus visitantes provienen de los viajes educativos (quince mil escolares anuales, aproximadamente). Si bien los ingresos económicos que sustentan a la población en su casco urbano se centran en aquellos relacionados con la actividad turística, una porción integra un vecindario rural cuya subsistencia depende en parte de la actividad pecuaria. Respecto de la actividad privada, algunos habitantes poseen servicios de alojamientos, negocios de alimentos o artesanías, así como locales dedicados a la gastronomía. En la misma esfera, se incluyen siete guías particulares con los que cuenta la localidad y que realizan recorridos por distintos sitios arqueológicos. En el ámbito público, también se percibe la importancia del turismo en los empleos debido a la presencia de instituciones gubernamentales como la Secretaría de Ambiente y las Agencias de Turismo y de Cultura, que cuentan con una oficina de atención al público, un destacamento de guardaparques y un museo arqueológico. Las tareas de las y los trabajadores del museo consisten en la atención al visitante durante el recorrido de la muestra arqueológica y su registro, actividades de extensión y capacitación, y la realización de recorridos guiados en los sitios arqueológicos de acceso público, que también son visitados por las y los guías particulares.
En la localidad arqueológica se destacan por su importancia las pinturas rupestres, ubicadas en abrigos y aleros que se emplazan tanto en el casco urbano como en su periferia, en un radio de hasta siete kilómetros. Estos sitios han reunido un conjunto de investigaciones a lo largo de un siglo, no obstante, cabe destacar que es a partir del año 1992 -momento en que el área se declara como reserva provincial- cuando adquieren una mayor notoriedad y el lugar se consolida como el foco arqueológico más relevante de la provincia.
Las primeras informaciones sobre la presencia de arte rupestre en Cerro Colorado fueron dadas por Leopoldo Lugones (1903). A partir de este momento se sucedieron diferentes propuestas de trabajo (Boman, 1908; Outes, 1911; Imbelloni, 1923; Frenguelli, 1927; Ricci, 1928). Los primeros estudios sistemáticos fueron llevados a cabo por Gardner (1931) y continuados por Pedersen (1953-1954, 1959), González (1963) y Peréz Gollán (1968), quienes sentaron las bases para estudios posteriores (Berberián y Nielsen, 1985; Bolle 1987; Bornancini 2010). Desde fines de 2012, nuestro equipo de trabajo ha retomado el estudio del área integrando las informaciones anteriores y sentando nuevas líneas de investigación (Recalde, 2015a, 2015-2016; Colqui, 2016; López y Recalde, 2016; Recalde y López, 2017; Tissera, 2018; Tissera, Gordillo, Recalde y Pastor, 2019).
El arte rupestre de Cerro Colorado está compuesto por millares de motivos pintados, presentes en cincuenta sitios que se encuentran dispersos entre diferentes cerros como La Conga, Veladero, Intihuasi y Colorado-Vaca Errana (Figura 1). Entre los motivos rupestres predominan aquellos de carácter figurativo, en general referidos a imágenes de carácter zoomorfo y antropomorfo, entre los cuales se destacan las figuras de camélidos, indígenas y españoles ricamente ataviados.
El presente trabajo se divide en diferentes apartados que abordan distintos temas. Si bien hemos decidido no titular como marco teórico al apartado que presentamos a continuación, en él se abordan cuestiones relacionadas con aspectos teóricos que serán retomados a lo largo del texto. Luego se describen los tipos de visitas guiadas a cargo de agentes estatales y de particulares, así como las características de los sitios arqueológicos. El apartado denominado “Discusión” presenta un caso que complejiza la propuesta del texto y pone en perspectiva distintas posibilidades que permiten otras lecturas de análisis. Finalmente, en las conclusiones se brinda una serie de razonamientos para comprender mejor la discusión planteada; no obstante, se abren nuevos interrogantes para ser abordados en trabajos futuros.
La lógica de la modernidad ha instaurado un modo de entender y clasificar el mundo basado en la jerarquización de sus elementos, dentro de una estructura binaria de clasificación y en la esencialización de los seres humanos/no humanos y de sus acciones. El tiempo no ha estado exento de esta lógica y de sus implicancias. Por ejemplo, en la arqueología se ha confundido temporalidad con cronología (Lanzelotti y Spano, 2015), asumiendo que la primera es la determinación, absoluta o relativa, de un fechado que ubique un suceso dentro de una línea de tiempo. Este enfoque entiende al pasado como objetivo, único y lineal, plausible de ser dividido en unidades previamente definidas, afirmación que ha sido discutida por diversos autores (Shanks y Tilley, 1987; Ingold, 2000; Lucas, 2005). Proyectamos hacia el pasado la forma de comprender el presente, un presente capitalista que define al tiempo a partir de lo que se produce y las ganancias que genera (Shanks y Tilley, 1987), una herramienta para medir y cotejar acciones en un eje unidireccional consensuado socialmente. En el mismo sentido, el tiempo ha sido divorciado del espacio y ambos han conformado dimensiones separadas (Shanks y Tilley, 1987), ya que, si bien en nuestra disciplina trabajamos con ambos conceptos estos no siempre son vistos en mutua composición.
Entendemos que el espacio y el tiempo se entrelazan, y ambos como “dos caras de una misma moneda” definen significados diversos: el tiempo se mide a partir de los cambios en el espacio, y a su vez, el espacio se entiende y se mide a partir del tiempo (Carrillo, 2008). Pensar los sitios arqueológicos y los objetos que los constituyen mediante el concepto de cronotopo (Bajtin, 1981), permite discutir las posiciones ortodoxas que se han desarrollado en la arqueología. Según Ingold (2000), al ser los cronotopos lugares cargados de temporalidad esta adopta una forma palpable. Es un marco de referencia espacio-temporal, el contexto donde pueden visualizarse conexiones esenciales de relaciones temporales y espaciales que dotan de sentido a los sucesos (Bajtin, 1981). Un sitio con arte rupestre, por ejemplo, debe su carácter a la forma en que se lo significa; posee una espacialidad y una temporalidad que se conforma por quienes lo perciben, lo visitan y lo habitan. Los sitios arqueológicos repican al compás de la vida humana, porque se los dota de significados a partir de ser percibidos -vistos, escuchados y sentidos-. Como rasgos del paisaje/espacio, se presentan como verdaderos monumentos del paso del tiempo (Augé, 1993; Ingold, 2000). En este sentido, comprendemos a los sitios con arte rupestre como cronotopos, en que los nudos de significación se atan y desatan, donde el espacio y el tiempo no se entienden por separado. Estos aleros y cuevas están fabricados de recuerdos, evocan a la gente que los habitó y a los acontecimientos pasados, a partir de las memorias construidas en el presente.
Estas memorias construidas son diversas y variables, y se conforman a partir de la sucesión de significados adquiridos, ya sea por un objeto, grupo de objetos o un sitio arqueológico, como resultado de los diferentes usos, asociaciones y contextos que se han incorporado desde su “fabricación” hasta la actualidad (Bailey, 2007). Este palimpsesto de significados (Bailey, 2007) se presenta en Cerro Colorado por medio de los discursos temporales que se elaboran y se ponen de manifiesto y que promueven la incorporación o exclusión de un sitio arqueológico al modo en que se significa el pasado. Según Gosden (1994), las diferentes formas de percibir el mundo se distinguen por su “creación” del tiempo y por el modo en que el pasado se utiliza para dar forma al presente y al futuro. Este autor propone tres temporalidades intersectadas dentro de las prácticas sociales de los individuos: el tiempo personal, referido a la duración de la vida de las personas; el tiempo habitual, que incluye a la cotidianeidad y sus acciones; y por último, el tiempo público, de significados que son manipulados conscientemente. En Cerro Colorado se presenta un paisaje multitemporal que opera en el presente para referirse al pasado; narrativas construidas que se valen del uso de ciertos espacios y lugares para conformarse como lo habitual en la cotidianeidad del pueblo. A continuación, ahondaremos en estos rasgos y sus implicancias actuales.
En el año 2013, a partir de la Ley provincial N°10.226 que habilitó la expropiación pública de un conjunto de aleros pintados en Cerro Colorado, comenzó un proceso de toma de posesión de tierras por parte del Estado que continúa desarrollándose en la actualidad. Esta ley fue aprobada debido a que la totalidad de los sitios con representaciones rupestres se sitúaban en campos privados, lo cual ha limitado tanto su explotación turística como su estudio sistemático.
Las y los guías del museo arqueológico actualmente solo realizan visitas a cinco sectores ubicados en la cara oeste del cerro Intihuasi (denominada parte “baja” de dicho cerro); la Cueva del Indio, en el cerro Veladero; y dos aleros en el cerro Colorado, denominados Ricci y Quitilipi (Figura 2). El museo arqueológico provincial dispone de entre tres y cuatro horarios diarios de visitas gratuitas a cargo de su personal. Si bien estos sitios son públicos, solo se puede acceder a estos acompañados por las y los guías del museo en los horarios programados. Respecto del Intihuasi bajo, el ingreso se encuentra a cien metros del museo, en tanto que el cerro Colorado se sitúa a 400 metros. En ambos sitios existen puertas con candado que dan a la vía pública. Por su parte, las y los guías privados también pueden acceder a estos sitios con las personas que contratan sus servicios, dado que cuentan con llaves de los accesos para ingresar, situación que en ocasiones genera que en el mismo lugar haya una congestión de grupos con guías de distinta filiación (particulares y agentes públicos).
Dos de los siete guías privados ofrecen sus servicios a escasos metros de la puerta del museo arqueológico, en horarios en que este no cuenta con turnos de salidas, no obstante ellos dicen que “tienen que ofrecer algo diferente a las visitas que hace el museo, ya que las nuestras son pagas y las del museo no” (Registro de campo, Cerro Colorado, julio 2018). De los cinco guías restantes, tres ofrecen sus servicios a través de las redes sociales y dos trabajan en acuerdo con un emprendedor con presencia histórica en la localidad, quien posee vínculos con empresas de viajes y una importante infraestructura para alojamiento. Si bien hemos mencionado que tanto las y los guías del museo como los particulares realizan recorridos en los mismos sitios arqueológicos, los últimos suelen incluir otras opciones. En orden de importancia y según la elección de los visitantes, la parte alta del cerro Intihuasi (Figuras 3 y 4) se encuentra en primer lugar. Su acceso se halla a pocos metros del museo arqueológico, donde se visitan cuatro o cinco aleros situados en la ladera oriental. Durante el recorrido se muestran y describen plantas nativas y algunas formaciones geológicas que, aunque no poseen pinturas, llaman la atención por sus particularidades físicas. El segundo recorrido elegido es la Cueva del Indio, situada en la parte media del cerro Veladero, que, si bien pertenece a la órbita estatal, es visitada con menor frecuencia por las y los guías oficiales. A este abrigo rocoso se accede por una pendiente relativamente empinada y desde allí se puede observar el pueblo y sus alrededores.
Finalmente, se realizan visitas a los aleros denominados Los Españoles y La Trampa, en la ladera oriental del cerro Vaca Errana. Su acceso requiere el uso de un vehículo, ya que el campo privado donde están localizados se encuentra a cuatro kilómetros del casco urbano. Una vez allí, el recorrido a pie hasta las pinturas de Los Españoles dura cerca de veinte minutos, a lo que puede agregarse un tiempo similar para arribar al alero de La Trampa. El repertorio iconográfico de estos sitios contrasta con aquellos que se ven en las “guías oficiales”, de modo que sirven de complemento para estas (Figura 5).
El sitio Alero de la Iglesia o Cerro Veladero 4 (de ahora en adelante, CV4), según la nomenclatura dada por Recalde (comunicación personal), es un alero pequeño ubicado a solo cien metros del museo arqueológico, lugar desde donde parten las visitas guiadas a los aleros de Ricci, del Quitilipi, Intihuasi y Cueva del Indio en el propio Veladero. El sitio se localiza a escasos metros de la calle principal de la localidad, inmediatamente detrás de la iglesia y de la oficina de turismo (Figura 1). Para arribar a su emplazamiento hay que subir un pequeño promontorio rocoso al que, desde la arteria principal, se tarda diez minutos en alcanzar. Este sector del cerro pertenece desde hace algunos años al Estado provincial, pero no está alambrado y no hay que pedir permiso especial para visitarlo. Desde el sitio en particular, se tiene una visión de los cerros circundantes (Colorado, Intihuasi y el propio Veladero) y de otras formaciones más alejadas, así como de una parte del pueblo. El alero expone motivos pintados con colores rojo, negro y blanco, tonalidades características del área de estudio. Existen, además, morteros, hoyuelos en las rocas del piso y dos grabados ubicados en esta misma posición; aspecto llamativo, ya que hasta el momento solo se han identificado otros dos sitios con grabados en toda la localidad (Bornancini, 2010; Recalde, 2015a), lo que hace de este un lugar particular. En cuanto a las pinturas, si bien su cantidad no es tan significativa como en otros lugares (por ejemplo, los aleros de Ricci en el cerro Colorado y de Las Catas en Intihuasi), su número se encuentra dentro del porcentaje promedio de los sitios de la zona. El sitio CV4 presenta un total de 101 motivos rupestres, individualizados como representaciones geométricas, entre las que se destacan figuras circulares, radiadas, lineales o puntos y figurativas, caracterizadas como zoomorfos (camélidos, suris y felinos) y antropomorfos, tanto de resolución esquemática como compleja, como los denominados “flecheros” (Figuras 6, 7 y 8).
Por su parte, los aleros de Ricci y del Quitilipi reúnen entre ambos una cantidad y variedad mayor de motivos (N: 194) respecto de los de CV4. En el primero, se destaca la presencia constante de “flecheros”, figuras antropomorfas con adornos dorsales, tocados, portando arco y flecha, junto a otras figuras antropomorfas con atuendos decorados con puntos y posibles máscaras. Asociada a dichos motivos, se observa la representación de un cóndor que se encuentra ubicado en el centro de la escena, lo que señala su rol preponderante en ella, así como algunas figuras de camélidos, felinos y aves. Más allá de la relevancia que poseen estos motivos dentro del repertorio rupestre del área de estudio, su importancia también se vislumbra en la utilización de algunas de estas figuras en la construcción de identidad del pueblo. La señalética, así como los murales o los ornamentos pintados en los negocios, están compuestos/decorados con imágenes de flecheros o del cóndor. En cuanto a los folletos oficiales para promocionar a Cerro Colorado como destino turístico, se repiten las representaciones de los aleros de Ricci, Los Españoles, Quitilipi e Intihuasi bajo, generalmente apelando a los mismos conjuntos de figuras (Figura 9).
Podría argumentarse que se visitan estos aleros, y no otros, debido a la facilidad de acceso a ellos o porque el proceso judicial vinculado a su expropiación que se está llevando a cabo actualmente no impide su uso; no obstante, el sitio CV4 también resulta de fácil accesibilidad. Aun así, si se considera que hay otros sitios visitados, cuya accesibilidad es más compleja -como es el caso de la Cueva del Indio, que requiere de una subida de dificultad intermedia de aproximadamente veinte minutos de duración-, el argumento anterior resulta débil. Es importante resaltar que la visita a la Cueva del Indio se lleva a cabo como complemento del resto del recorrido y generalmente lo realizan guías particulares. También cabe destacar que tanto el Quitilipi como la Cueva del Indio exponen serios problemas de conservación que han afectado significativamente a los motivos rupestres allí situados, de modo que su visibilidad en algunos paneles es inferior o, en el mejor de los casos, similar a lo que podemos observar en CV4.
En síntesis, ¿cuáles son los criterios para visitar los sitios? Si comparamos el sitio CV4 con los aleros que se visitan oficial (Ricci, Quitilipi e Intihuasi) y no oficialmente mediante los servicios de guías privados (Cueva del Indio, Los Españoles y La Trampa), surgen interesantes resultados. Otro argumento que puede ser esgrimido es que en CV4, uno de los dos paneles rupestres que lo conforman presenta un estado de conservación que ha afectado parcialmente a algunas pinturas, sin embargo, tanto la Cueva del Indio como el alero del Quitilipi exponen un mayor deterioro que CV4. De este modo, los criterios de visibilidad o conservación no resultarían válidos para excluir de dichos recorridos al alero detrás de la iglesia. Algo similar ocurre respecto a la accesibilidad. Al ser un lugar visitado por turistas -entre ellos niñas, niños y adultos mayores-, sería razonable pensar que un sitio de difícil acceso fuera descartado de los recorridos guiados. No obstante, en comparación con los aleros Ricci y Quitilipi, CV4 presenta características similares en cuanto a emplazamiento y facilidad de acceso, incluso mejores que los sitios ubicados en la parte alta del cerro Intihuasi. A su vez, su localización dentro del ejido urbano le otorga una amplia accesibilidad respecto de los aleros de Los Españoles y La Trampa, situados en las afueras del pueblo. Siguiendo este razonamiento en la comparación con la Cueva del Indio, esta presenta una mayor complejidad de acceso debido a que hay que transitar un desnivel pronunciado para alcanzarla. En relación con la cantidad de motivos visibles, CV4 no se presenta menos importante que otros sitios en términos cuantitativos; de hecho, presenta rasgos únicos -los únicos dos motivos grabados que pueden ser visitados en toda la localidad- en comparación con el resto de los espacios con arte. Finalmente, respecto de su condición legal, CV4 está exceptuado del proceso jurídico de expropiaciones, de modo que no requiere de ningún permiso especial para ser visitado.
El alero de la iglesia o CV4 queda ausente de la temporalidad construida por el discurso oficial y no está “incorporado” a las prácticas habituales llevadas a cabo por los pobladores. Al preguntar explícitamente por “el alerito” detrás de la iglesia, algunos vecinos suelen responder que lo conocen; otros, que alguna vez habían ido pero ya hacía bastante tiempo y, más llamativo aún, que no había mucho para “ver”. Pocos sentidos se ponen en juego al recordar -¿u olvidar?- a CV4 para el que no existe una presencia cotidiana, se lo evoca en la letanía de un breve recuerdo que se va desdibujando en la memoria. A este sitio, como a quien lo visita, no se lo “escucha”, no se lo “ve” y no se lo “siente”; es un espacio inhabitado, anulado desde una determinada lógica. Si bien CV4 es innegablemente parte del pasado de Cerro Colorado, no se incorpora al presente de los pobladores al estar excluido de la narrativa temporal creada oficialmente. En ella, este espacio es un no-lugar (Augé, 1993). La parafernalia visual, generada a través de la folletería y de la señalética se acopla con la narrativa, lo que refuerza una determinada temporalidad del pasado construida a partir de ciertas imágenes, sitios e “historias” que dejan de lado aquellas que son disruptivas a esta lógica, como CV4. ¿Por qué este sitio permanece excluido de la lógica planteada por el Estado? Posiblemente la ausencia de los motivos rupestres que han construido la imagen turística de Cerro Colorado plantea cierta tensión con el discurso visual oficial, o tal vez el tamaño del espacio donde CV4 está emplazado, cuya visualidad es menor que la de los otros sitios. Tanto los aleros del Intihuasi bajo y la Cueva del Indio, así como Ricci y Quitilipi, se encuentran ubicados dentro de formaciones geológicas de mayor envergadura, lo que aumenta el golpe de efecto para el espectador. La escenografía de CV4 se nos presenta como menos grandilocuente, y esto contrasta con lo planteado por la narrativa que se promueve en la localidad.
Para este análisis, ¿por qué optamos por CV4 y no por otros sitios que tampoco son tenidos en cuenta en la narrativa oficial? Esta elección implica que, como investigadores/ras también construimos una determinada visión del pasado, en la que privilegiamos ciertos sitios sobre otros. Esto no significa que se desconozca la existencia del resto de los sitios del área y su importancia arqueológica para las investigaciones llevadas adelante, sino que siempre existe un proceso de selección.
Durante la última campaña arqueológica en la localidad de Cerro Colorado visitamos varios abrigos con arte rupestre, todos ellos particulares y relevantes para una investigación, pero luego de visitar CV4 la primera vez, y preguntar a los vecinos por él, comenzamos a sentirnos “atraídos” por la importancia relativa que tenía dentro del pueblo. Es así que siempre que teníamos un momento libre nos acercábamos al sitio, lo observábamos y “buscábamos” nuevas figuras rupestres. Del mismo modo, realizamos un registro fotográfico más exhaustivo que en otros sitios, donde obtuvimos una mayor cantidad de fotografías en diferentes momentos del día, para explorar sus variaciones lumínicas. Oficiamos como guías de algunas de nuestras compañeras de trabajo que no lo habían visitado, donde ensayamos un discurso propio de este espacio y este tiempo, su importancia dentro de la localidad y su belleza; armamos historias con base en los motivos rupestres, divisamos superposiciones y a partir de estas sugerimos una cronología relativa sobre la construcción del sitio. En otras palabras, habitamos el sitio desde distintos sentidos, miramos, escuchamos y sentimos a CV4 desde afuera y desde adentro, así como lo que se percibe desde allí hacia otros espacios -por ejemplo, el propio pueblo-. En cada una de estas visitas lo fuimos memorizando, significando y construyendo su inserción dentro de nuestra estructura lógica de arqueólogos. En nuestra edificación del pasado de Cerro Colorado, creamos una temporalidad en la cual el alerito de la iglesia se volvió fundamental para nuestra significación de lo que acontece y de lo sucedido en el pueblo. No resaltamos aquellos sitios más “llamativos” aunque, por supuesto, los tuvimos en cuenta. No fueron los motivos más significativos o complejos los que llamaron nuestra atención: elegimos recordar un sitio olvidado, fuera del tiempo y de la narrativa oficial para hacerlo parte de una nueva temporalidad.
El pasado interpretado siempre es algo para alguien, se encuentra teñido de intereses y es relativo a la situación hermenéutica del intérprete (Vaquer, 2015). La arqueología no está exenta de tal lógica, por ello las y los arqueólogos creamos en Cerro Colorado una determinada narrativa del pasado que responde a las necesidades disciplinares que buscan la objetividad y la sistematización, lo que acarrea una idea de pasado lineal. Cuantos más sitios con arte estudiemos e incorporemos a nuestros análisis, mayor sostén tendremos en nuestros trabajos presentados en los congresos para que la comunidad científica los juzgue. Del mismo modo, trataremos de construir cronologías y así poder ubicar temporalmente nuevos motivos rupestres o sitios que encontremos. No resulta pertinente, en un informe de CONICET o en la presentación de un trabajo en un congreso, afirmar que CV4 nos “atrajo” solo porque fue olvidado en un área donde la narrativa oficial promueve recordar el pasado, ya que deberemos justificar esta elección con criterios “científicos”. Por todo esto, es importante destacar que tal construcción es también una narrativa sesgada, que lejos está de ser considerada por nosotros como objetiva. Desde nuestra mirada como equipo de investigación, la búsqueda de cronologías no implica necesariamente la negación de la multiplicidad de sentidos involucrados en la construcción del pasado, tanto por parte de las comunidades originarias, como por los habitantes del lugar y por los profesionales de la arqueología. En consonancia con esto, los trabajos realizados en la localidad también han profundizado en los procesos de construcción de memoria y en temáticas más amplias que las enumeradas anteriormente (Recalde, 2015b, 2018; Tissera, 2018).
Retomando el esquema de visitas a los sitios con arte rupestre, las y los guías particulares ofrecen alternativas complementarias al recorrido oficial. Como se mencionó anteriormente, estas varían entre las visitas a la Cueva del Indio, en el cerro Veladero, algunos aleros de la parte alta del cerro Intihuasi y los aleros de Los Españoles y La Trampa. Cada uno de estos recorridos “completa” la visión de los visitantes de Cerro Colorado, ya que en algunos casos las y los turistas ya han visitado los aleros de Ricci, Quitilipi e Intihuasi bajo y desean conocer más lugares. Las y los guías particulares, a diferencia de los guías del museo, no tienen un guión que seguir -cabe aclarar que, entre los guías del museo, el guión se modifica a partir de la impronta personal, el bagaje de conocimientos y el capital cultural de cada agente-. Según quien realice la visita guiada, más allá de sus conocimientos y saberes, su fortaleza radica justamente en eso, dice uno de ellos: “Nosotros le damos a la gente algo diferente que los guías del museo, tenemos que darle algo distinto para diferenciarnos. Yo les cuento de las plantas del lugar, de sus propiedades curativas, que es de lo que sé, y esto les encanta” (Registro de campo, Cerro Colorado, julio 2018). Cada uno de los sitios con arte visitados por guías particulares poseen características distintas: la Cueva del Indio presenta la subida más alta del recorrido, con la posibilidad de apreciar tanto el pueblo como los cerros y el ambiente que lo rodea. Asimismo, esta cueva llama la atención por su tamaño y ubicación, lo que permite “jugar” con la visibilidad entre los sitios arqueológicos. El alero de los Españoles y el de La Trampa se diferencian claramente por el tipo de motivos presentes: en el primero, correspondientes a momentos prehispánicos y posteriores (Recalde, 2015a), en el segundo, por la bicromía de sus motivos geométricos, los cuales dotan a estos lugares de una singularidad que otros sitios no poseen. Finalmente, los aleros del cerro Intihuasi alto se destacan por su ubicación hacia “adentro” del cerro, ya que se encuentran en lugares de difícil acceso y con poca visibilidad para quien transita (en contraposición a los aleros de Ricci y del Quitilipi). El tiempo creado por las y los guías particulares se presenta como “tiempo concatenado”, sensuGosden (1994), el cual se caracteriza por presentar diferentes tipos de prácticas que son mutuamente reforzadas, pero que producen cierta inestabilidad y disrupción (Gosden, 1994). Dichas prácticas surgen de la incorporación de otros sitios a la temporalidad del pasado creada por el discurso oficial, lo que genera una nueva temporalidad, que si bien hace uso de aquel discurso e incluso lo refuerza -con énfasis en los sitios habilitados para las y los guías oficiales-, a la vez provoca una distorsión a partir de nuevos espacios que “habitar”.
Las y los pobladores de Cerro Colorado establecieron -y continúan estableciendo- a través de vivir, experimentar y residir en el lugar, determinadas interrelaciones con el entorno, que se manifiestan en sentimientos de arraigo, aceptación o pertenencia. Este proceso, llamado topofilia (Tuan, 1990), surge de la familiaridad con una forma particular de percibir, conceptualizar y actuar en un determinado espacio (Criado Boado, 1999). La repetición en el tiempo y en el espacio, y una determinada práctica o vivencia generan rutinas corporales y sensitivas que son incorporadas a la vida cotidiana, que luego se naturalizan (Curtoni, 2006). En Cerro Colorado, la gente local al plegarse a la narrativa producida por el Estado, incorporó a sus vidas cotidianas una determinada temporalidad del pasado. A partir de la convivencia diaria con lo que esta narrativa define como pasado, los agentes locales fueron reproduciendo a través de sus discursos y sus cuerpos un pasado que incorpora a los aleros de Ricci, del Quitilipi e Intihuasi bajo, pero que a su vez, deja de lado a otros sitios, como el Alerito de la iglesia o CV4. La presencia constante de turistas y contingentes escolares -que son parte de las visitas guiadas y que transitan desde el museo hacia los sitios ubicados en la calle principal del pueblo, a la vista de todos los habitantes del lugar- refuerzan la idea del “pasado que se muestra” como el pasado de todos. El escuchar el murmullo y las voces de los visitantes, el verlos caminar en grupo por el pueblo, el interactuar con ellos a partir de intercambios económicos -ya que compran productos en los negocios y en improvisadas mesas que venden artesanías-, los chistes y saludos que se intercambian con los guías mientras realizan las visitas, así como la presencia de los sitios en la cotidianeidad de todos, refuerzan este pasado construido. Incluso la vivencia del tiempo presente se ve permeada por dichas actividades. Durante una excavación en una de las calles del pueblo, al preguntar a dos vecinas por la hora, ellas respondieron “deben ser cerca de las doce, ahí viene la visita guiada”, incluso cuando el grupo de visitantes pasó por delante de la excavación, las vecinas le dijeron al guía en tono jocoso: “Hoy te dormiste, están llegando tarde” (Registro de campo, Cerro Colorado, julio 2018). Esto evidencia cuán naturalizadas se presentan las visitas guiadas dentro de la lógica del pueblo y, del mismo modo, cómo estas marchan acompasadamente con las acciones de los vecinos durante el día. Se constituyen así en marcadores temporales que permiten pautar el tiempo presente y la temporalidad actual con dichas prácticas.
Retomando el concepto de topofilia, vale decir que esta sensación de pertenencia que define este término se vislumbra en nuestra zona de trabajo, ya que todos los pobladores “sienten” a los aleros del Intihuasi bajo, de Ricci y del Quitilipi como parte de su vida cotidiana y, más importante aún, de su propia historia, que no representa solo su pasado sino también su presente. En cierto modo, los pobladores son parte de los aleros y estos conforman una cierta escenografía de su movilidad. La primera vez que fuimos a Cerro Colorado, las personas del pueblo nos preguntaban al presentarnos: “¿Ya fueron a las pictografías?” (Registro de campo, Cerro Colorado, julio 2018) y siempre se notaba que en sus voces había un orgullo sosegado (cabe destacar que por “pictografías” se suele referir, en el discurso oficial y en el de los pobladores, a los aleros de Ricci, del Quitilipi y del Intihuasi bajo). La convivencia con los sitios, algunos de los cuales resultan visibles durante el desplazamiento por el pueblo, la percepción sobre las actividades sistemáticas que en estos se desarrollan (las visitas guiadas) y el conocimiento sobre lo que se cuenta a los turistas a cerca de estos, generan sentimientos compartidos que surgen del pasado que se muestra. En Cerro Colorado también se evidencian sentimientos de no pertenencia con algunos sitios arqueológicos; estos espacios no forman parte de la cotidianeidad de los pobladores, quienes no sienten arraigo o “conexión” con aquellos. Es por esto que podemos afirmar que, dentro del discurso temporal del pasado, algunos sitios arqueológicos han sido dejados de lado, como es el caso de CV4. Este recorte permea la vivencia del pasado en el presente, en tanto recrea una temporalidad determinada que es excluyente y sesgada. Este sitio en particular ejemplifica lo dicho hasta el momento, no se lo incorpora al marco de referencia temporal; no se habla de él ni se lo visita, por lo tanto resulta excluido del pasado y de la temporalidad enunciados por el discurso oficial. Si bien es innegable que este espacio existe y es parte del pasado, al no ser activamente tenido en cuenta no se lo acredita en la lógica oficial vigente. Esto conlleva a que los visitantes de la localidad tengan acceso a un pasado restringido y seleccionado, lo cual les impide alcanzar un conocimiento global -y cabal- de la arqueología de la localidad.
El significado que se atribuye a los aleros de Ricci, Quitilipi e Intihuasi bajo varía según el tipo de temporalidad en la que se integran, lo cual deja abierta la posibilidad de que participen en múltiples temporalidades que conviven al unísono, circulan de forma paralela y en ocasiones se intersectan entre sí. Estas diversas temporalidades no se anulan mutuamente, aunque algunas resalten sobre otras, y tampoco niegan la integración de ciertos aspectos de una(s) en otra(s); aunque sí ocurre que en cada una los elementos que las conforman puedan contener significados diversos. En la localidad ocurren algunas de estas opciones: mezclas, selecciones, predominios y convivencias que configuran a Cerro Colorado como un paisaje multitemporal. Los aleros de Ricci, del Quitilipi y del Intihuasi bajo son segmentos de diversas temporalidades, ya que participan del discurso oficial generado por el Estado, reproducido por las y los guías del museo, por las y los pobladores locales y por la narrativa del pasado creada por arqueólogas y arqueólogos, que se incorpora al relato de los guías. No obstante, en cada una, se presentan diferencias y se construyen pasados particulares que se conforman como un palimpsesto de significados (Bailey, 2007), que nos presenta a los sitios en estudio como parte de una significación múltiple que varía según los agentes intervinientes en este proceso. Para nosotros, arqueólogas y arqueólogos, los sitios cobran relevancia a partir de su pertinencia en nuestro trabajo científico, el modo en que se articulan, sus repertorios iconográficos, la incorporación -o no- a secuencias cronológicas locales y regionales, entre otras. Ahora bien, en este caso puntual, CV4 ha articulado en sí mismo otras significaciones que van más allá del discurso disciplinario. Nuestra atención se ha posado sobre él al percibir su olvido en el discurso estatal, lo que generó un interés afectivo a partir de esta realidad, que permitió complementar el discurso científico con otras formas de percibir a este sitio. Esto pone de manifiesto la construcción subjetiva de un pasado determinado, desanclado de aquellas concepciones positivistas que permean la disciplina.
Si bien en los últimos años el valor científico de los sitios arqueológicos resulta cada vez más ponderado por el discurso estatal, el valor turístico continúa siendo su principal articulador al incorporar a aquellos lugares más “significativos” o “atractivos”, como emblemas del pueblo, de la región y de la provincia, según la lógica oficial. Esto se manifiesta en los tipos de motivos que se reproducen de forma continua, tanto en la folletería como en las decoraciones del pueblo. En sintonía con la narrativa oficial, los habitantes de Cerro Colorado se han incorporado a la lógica estatal, ya que entienden que esto redundará en una mayor cantidad de visitantes. De este modo, si bien no se deja de lado la relación de cotidianeidad y afectividad que los une con los sitios, se comprende a estos como motores de desarrollo/crecimiento económico, al atraer a turistas de todo el país. Esto no anula el sentimiento de orgullo y la valorización que se realiza de estos sitios con arte rupestre, como parte del propio patrimonio local. En palabras de una vecina del lugar, “las pictografías son un tesoro para el pueblo, son nuestro tesoro, son como otros vecinos más” (Registro de campo, Cerro Colorado, septiembre 2019). Los abrigos y aleros pintados, como “vecinos” silenciosos que observan lo que transcurre en Cerro Colorado son testigos mudos del tiempo presente y pasado, y por ello se los respeta y protege. Para el discurso oficial, los sitios arqueológicos se presentan como una posibilidad innegable de apropiación de un pasado lejano que puede traer aparejadas consecuencias económicas positivas, al aumentar el flujo de turistas y el ingreso económico. No obstante, su valor histórico como parte de la historia cordobesa también se resalta al ser visitado por muchas escuelas primarias y secundarias que incorporan a Cerro Colorado, un lugar publicitado por el Estado, como parte de sus currículas escolares.
Decir que en Cerro Colorado existen múltiples temporalidades no significa negar que, entre ellas, preponderan unas sobre otras al ser mayoritariamente utilizadas, vividas y reproducidas. Esta jerarquización puede, en ocasiones, actuar como límite a la incorporación de otras posibilidades que son secundarias o poco funcionales a las necesidades de quien demarca prioritariamente el pasado. Estas temporalidades múltiples existen debido a que el Estado ha incorporado el arte rupestre a su discurso oficial sobre la localidad, pero como contraparte de esta construcción narrativa, los pobladores nativos han quedado segregados de aquella. El tiempo habitual, el de las actividades cotidianas de los individuos, que cambia lentamente a partir de su naturaleza no consciente, se ve “invadido” por el tiempo público que se incorpora a partir de la repetición. En el caso de estudio, el discurso oficial sobre el pasado -lo que es y lo que no es- se legitima mediante la naturalización de las actividades que se llevan a cabo para producirlo: las visitas guiadas a los sitios, que se pautan desde el museo y son parte de la cotidianeidad del pueblo. Estas señalan momentos del día y generan acciones habituales que se incorporan en los cuerpos de los vecinos por medio de la vista, del oído y de la interacción con los turistas que visitan los sitios rupestres, una incorporación que se amplifica a medida que este proceso cauto y silencioso se repite de forma constante. Como plantea Gosden (1994, p. 33):
El tiempo público obtiene su legitimación a partir de su congruencia con patrones de vida no conscientes del tiempo habitual, ya que si fuera evidentemente disruptivo causaría una llamada de atención […] su fortaleza radica en que es un leve suspiro que se incorpora sutilmente […]. El tiempo público debe resonar acompasadamente con el tiempo habitual para ser aceptado, entonces lo habitual termina siendo manipulado por el tiempo público. (Traducción de los autores)
El pasado que se muestra con interés turístico, incorpora corporalmente a los pobladores de Cerro Colorado en una temporalidad que resalta aquellos sitios arqueológicos que destacan por su belleza y exotismo -según la mirada de los entes estatales-, cuyas particularidades y la peculiaridad de ciertos motivos generan un marco escénico de indudable potencia contemplativa, que produce asombro y admiración en el público. La temporalidad hegemónica (Iparraguirre y Ardenghi, 2011) que el discurso estatal produce destaca aquellos sitios arqueológicos que, por sus características estéticas, sirven como productos de exposición y consumo para un mercado turístico y educativo que sostiene al pueblo económicamente. Esta “funcionalización del pasado” puede resultarnos polémica, incluso discutible; no obstante, como arqueólogos y arqueólogas, debemos atender a las necesidades y realidades de aquellos con quienes trabajamos, sean colegas, pueblos originarios o vecinos de las localidades en las que realizamos las tareas de campo.
Agradecemos a Andrea Recalde por sus críticas constructivas, por la revisión de este trabajo y por facilitarnos bibliografía sobre el tema. A los integrantes del equipo que participaron en las diferentes campañas de trabajo: Érica, Kitty, Norma, Laura, Pilo, Iván, Tomaso, Roberto y Mariana. A la gente de Cerro Colorado por su hospitalidad en todo momento, especialmente a Marina. No obstante, lo dicho aquí es completa responsabilidad de los autores.
Bolle, E. (1987). Parque arqueológico y natural Cerro Colorado, Dpto. Tulumba, Provincia de Córdoba, República Argentina. Relevamiento de sitios con arte rupestre y análisis de los motivos pictóricos. Zona del Cerro Condorhuasi. Primera parte: Nivel A Sitios Casa del Sol 1 al 16 Publicaciones del Instituto de Antropología, 44.
Carrillo, T. (2008). La antropología, una ciencia de conceptos entrelazados. Gazeta de Antropología, 24(2), artículo N 51. Recuperado de http://hdl.handle.net/10481/6962
Iparraguirre, G y Ardenghi, S. (2011). Tiempo y temporalidad desde la antropología y la física. Antropología Experimental, 11 Recuperado de https://revistaselectronicas.ujaen.es/index.php/rae/article/view/1928
Recalde, A. (2015b). Paisajes con memoria. El papel del arte rupestre en las prácticas de negociación social del sector central de las Sierras de Córdoba (Argentina). En J. Salazar (Comp.), Condiciones de posibilidad de la reproducción social en sociedades prehispánicas y coloniales tempranas en las sierras pampeanas (República Argentina) (pp. 235-266). Córdoba: Centro de Estudios Históricos Profesor Carlos A. Segreti.