El paso de la cultura iletrada al estadio alfabetizado en la antigua Grecia estuvo lejos de representar la advenimiento de una útil invención técnica para la dinámica social: tanto la sintaxis de la propia lengua como las categorías mentales del hombre de la oralidad experimentaron el impacto de un lenguaje objetivado en grafos visibles frente al continuum de la voz viva, almacenada hasta entonces en la memoria rítmica del canto y del recitado tradicionales. Fue el inicio de un amplio movimiento que habría de culminar, después de un largo proceso, con la imposición del sistema escritural griego en todo Occidente. La difusión, no obstante, del alfabeto no fue inmediata: no estaban dadas en los primeros siglos las condiciones que rigen en la actualidad para el acceso masivo a la adquisición de la lecto-escritura. De manera que si a esta situación le agregamos las previsibles resistencias que acompañan siempre la aparición de una novedad técnica en la colectividad humana, se desarrolla ante nosotros una tensión entre oralidad y escritura que podemos rastrear desde los testimonios de la época arcaica hasta entrado ya el siglo IV a.C., momento en que la organización todavía de base oral de las instituciones atenienses ofrece al orador Alcidamente de Elea la oportunidad de criticar la praxis letrada en el ámbito de la retórica, la cual concluirá sin embargo, como en las restantes manifestaciones culturales, por imponerse definitivamente.
ISBN: 978‐987‐1450‐90‐9